Thursday, January 27, 2011

Guerras de dos metros cuadrados

Un paralelepípedo de cartón reposa sobre la mesa, toda vacía de no ser por dicho bulto. Un dibujo en la cara superior deja imaginar el contenido de la misma, pero no lo deja claro. Unas letras amarillas ribeteadas de rojo y rodeadas con negro indican el fabricante del producto, aún desconocido.
La solapa situada a la derecha permite ser abierta, mostrando cuatros placas de plástico, similar al PVC, que salen para caer bruscamente sobre la mesa. Las pequeñas figuras encajadas en las placas de plástico muestran una fiereza fuera de duda alguna, pero desde luego, nada en comparación con lo que les depara. El despiezamiento que el fabricante les ha otorgado de forma inicial parece confuso, pero posee un orden milimétricamente estudiado. Los brazos se sitúan en la primera placa, junto a los complementos armamentísticos lógicos en inherentes a semejante casta de figuras.
La segunda placa y la tercera apresan las piernas y los troncos de los futuros guerreros, mietras las cabezas y los pequeños complementos se encuentran en la cuarta placa. A pesar del panorama desolador de todo el trabajo que hay por delante, la alegría inunda el corazón del consumidor si el producto es de su agrado, lógicamente.
Comienza el trabajo y la mesa se llena de utensilios para tal acto. La guerra no puede esperar.
Las placas que sirven como base se preparan para recibir las piernas, que soportarán el tronco de la figura. Esta es la primera parte en la que se denota la importancia estética de conjuntar correctamente cada par de piernas con un tronco adecuado. Tras ello, los brazos ya armados se colocan en el tronco en una postura lo más agresiva posible, intimidar es primordial. La cabeza ha de ser colocada con sumo cuidado, pues es la parte más importante de la figura. El capitán del escuadrón o batallón lleva la cabeza completamente al descubierto como muestra de superioridad. Enarbola una bandera que deje clara su situación, sin miedo al enémigo y contagiando la euforia de la batalla a sus camaradas, mientras su mano derecha lleva una pistola que deja bien claro que no piensa rendirse facilmente.
Y todo esto sin haber entrado en juego los colores, que ahora hacen aparición, ayudados por unos pinceles que los dosifican y colocan en sus sitios correspondientes. En la realidad los colores son más simples que en este caso, pues se pretende remarcar el detalle y aumentar la sensación de realidad, aclarando las zonas más sobresalientes y haciendo lavados de tinta que permitan que los pigmentos negros lleguen al fondo de las arrugas y pliegues de la cara y armadura de las figuras.
La bandera aún está en blanco, esperando el logo del ejército al que pertenecerá.
El símbolo de los ángeles oscuros se coloca con cuidado, ayudado de una plantilla. Un marine espacial de color verde oscuro, el primero en ser terminado, parece incompleto, y es entonces cuando unas pequeñas gotas de color rojo caen en sus visores ópticos, que hacen las veces de ojos en la servoarmadura que el guerrero porta, preparado para la batalla.
Y sólo mide dos centímetros.
¿Dónde estarán los dados?

 (Si todas las batallas fueran como ésta)

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