Wednesday, December 7, 2011

Delacroix y el erotismo invisible

A todas esas mujeres que soñé tener entre las sábanas.


Una suave luz sobre la cama, reflejada por la falta de pinceladas sobre el papel blanco, que está mayoritariamente tapado por los ocres y marrones que reflejan cada uno de los pliegues en que la sábana se recrea.
El autor, pinceles, pinturas y un papel en que no cabe el enorme sentimiento que le pone, se sientan a solas ante una cama, vacía, deshecha, a penas iluminada por la luz que seguramente entre por una ventana.
Una cama que deja entrever cientos de historias posibles bajo cada sombra que el pincel vuelca a las órdenes del maestro, a su voluntad de repetir una realidad tangible sobre una superficie casi sagrada, intocable por miedo a destruirla, condenada a ser exclusivamente objeto de estudio visual si no es para restaurarla.
Una cama que invita a la imaginación y al desvarío, a la ensoñación y a la invitación a uno mismo de los deseos más tiernos, o a los más feroces o quizás, sencillamente los más cansados.
Con tan sólo unas sábanas, que posiblemente ni siquiera sean reales en cuanto a la colocación natural, sino un arreglo puramente estilístico del autor, que dejan a la imaginación en una posición de extraña desventaja, que no puede sino escurrirse bajo los recovecos que quedan ensombrecidos, aguardando una nueva pasión o un nuevo sueño bajo la tela, inmune al tiempo y a su paso, e inmune a las veces que alguien pueda pensarlo.
Mientras, el resto de paredes, repletas de cuadros, observan como el visitante se centra y abstrae en uno de los cuadros más pequeños e insignificantes, en uno de los menos representativos, pero tan emotivo, que las hace morirse de envidia por no ser ellas la insignificancia que atraiga la mente del incauto visitante.
Y la cama, tras el cuadro, se queda aguardando los secretos que unos labios le contaron a un oído que se dejaba acariciar, los silencios que quedaron atrapados en el espacio que queda entre dos gemidos, los suspiros de espera a que vuelva un cuerpo que poseer, las promesas de una noche eterna, atemporal, apasionada.
Quizá guarde noches de sueños revueltos y pesadillas constantes y torturadoras mañanas dulces como el chocolate con que se pretende sustituir a una persona que se necesita, o tardes en que el reposo es una obligación y una necesidad, más que un capricho.
Y tan poco comprendido en apenas unos gramos de acuarela y de óleo sobre un lienzo antiguo y que empieza a perder color.
Tanto, tanto erotismo en tan poco cuadro, tanto erotismo perfecto escondido tras la ausencia de una piel humana, pero con unas sombras de un color verdaderamente parecido.
Parecido al color de tu piel, que imaginé buscar bajo esas sábanas.

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