Tuesday, February 14, 2012

Carta de romanticismo tardío o felicitación temprana

Querido amor de mi vida:
Sé que esto llegará tarde, como todos los documentos que puedo escribir que están destinados a ser importantes, sobre todo si lo son para mí, o para la persona a la que deben de llegar.
Me he preguntado varios miles de veces cuándo será la próxima vez en que tenga la certeza de que existes y la satisfacción de comprobar que tu piel sigue caliente al tacto cuando la acaricio, que tu cuerpo sigue irradiando esa sensación de calma cuando lo abrazo y aunque sé que esa pregunta es seguramente de las más difíciles de responder de todas las que he escrito o pensado, sé que para cuando ocurra, mis labios seguirán siendo suficientemente arrogantes como para pedirle un beso a los tuyos, seguramente bajo la luz de la luna, como temíamos que nos pasase, bajo ese hechizo que ambos sospechábamos como una cosa certera y absolutamente inevitable si confluíamos bajo el mismo cielo y el mismo brillo en algún momento, impredecible, como cada una de las palabras que nos dedicamos cuando nos queremos decir que nos queremos, como cada segundo que pienso en ti, que acaba por derivar en cualquier otro tema que tenga que ver contigo, que en los últimos años ha acabado por ser prácticamente la totalidad de la existencia que me rodea y me ampara ante la falta de tu calor, la ausencia de noticias tuyas de cerca y el ansia que me corroe a cada minuto por leer algo que sepa que es para mi, aunque cada día me parezca un poquito más imposible que eso ocurra, porque temo que tengas esa capacidad que yo no tengo para olvidarme de que entre nosotros había algo más que un flujo de datos y de píxeles por un ordenador, o dos, o los que sea que haya entre nosotros en cualquier momento.
Posiblemente seas la persona a la que más veces le he dicho que la quiero en mi vida casi desde el día que te conocí, y con certeza casi absoluta eres la persona a la que más veces he llamado amor o la he considerado como tal, aunque fuera de broma algunas veces.
Pero no quería hablar de esto, porque quería que la protagonista de una carta que tú leyeses fuese precisamente tú.
Tú, persistente omnipresente en mis pensamientos, empecinada donde las haya de estar, de seguir ocupando gran parte de mis reflexiones y sobre todo, de mis escritos.
Y que dentro de nada te me haces un año más mayor.
Sinceramente, creo que nada que pudiese decirte ahora mismo fuese suficiente para expresar las ganas que tengo de verte, la necesidad que crece un poquito más en mí de saber de ti cuando veo tu foto, tu nombre en cualquier red social, quizá en un e-mail, en blogger...
Y me temo que olvidé qué canción me recuerda a ti, creo que olvide tu olor, tal vez tu sonrisa cuando me la dedicas, tu mirada de profundidad absoluta y de saber cada uno de mis secretos, tu forma de moverte, un poquito de tu acento... Espero que me regales de nuevo conocer todas esas cosas por este año más en tu vida.
Y espero que sean muchos más, a ser posible conmigo algo más cerca, aunque lo más lejos que quiera estar de ti sea lo que abarca uno de tus abrazos.
¿Qué más decirte que no suene a reutilizado y refrito? ¿Cómo escribirte que te quiero sin sonar a fórmulas preconcebidas ni a ideas ya usadas? ¿Y para qué hacer todo esto sin tener la certeza de que lo leerás como sé que sí que harás con una carta?
Supongo que ya sólo te puedo decir que te quiero, así, sin más, sin adornos innecesarios, sin páginas y páginas de frases que acompañen a esas dos palabras, tan sencillas, tan claras, tan directas y diáfanas como lo que sé que siento por ti aunque a veces no lo admita.
Supongo que esto sería poco como regalo de cumpleaños para alguien tan especial como tú, así que he decidido que tendrás algo más.
Pero que será sorpresa.
Ya llegará, prometo.

                                                                                                             Te quiero,

Nota de suicidio

Llegué a la casa y no pude evitar reparar en que allí, donde normalmente colgaba mi lámpara del salón, aquella que compré en un viaje a Venecia en la isla de Murano, había un bulto que no iluminaba. Es más, parecía absorber la luz y hacer que todo lo que la rodeaba fuese negro como el carbón y oscuro como una mina subterránea que nunca acabase. Ese bulto tenía la forma de un cuerpo que colgaba de una cuerda de escalar, idéntica a la que yo guardaba en mi habitación, aunque fuese para amarrar a alguien a la cama y no al techo. La impresión me impidió reaccionar al principio, pues no podía figurarme qué hacía allí aquello ni cómo podía haber llegado.
Cuando por fin pude caminar hacia la figura inerte, todo mi cuerpo se quedó paralizado, la figura estaba girando y pude distinguir que llevaba mi traje favorito, mi corbata roja, mis zapatos heredados y lo peor de todo... mi cara.
Yo estaba ahí mirándome desde un metro por encima con la mirada perdida que le corresponde a alguien que ya está muerto, con la cara amoratada de no tener aire, lágrimas congeladas sobre las mejillas y un papel agarrado en la mano derecha, que lo agarraba como si fuera el culpable de la situación de mi cuerpo.
Tras la impresión, cuando recuperé la movilidad, lo primero en que pensé fue en el sobre que tenía en la mano. Me encantaba escribirme cartas a mí mismo para no olvidarme nunca de quién quería ser o quién pretendía ser, para no olvidarme de mí mismo en mi eterna búsqueda de acordarme de alguien.
Me senté en el sofá, aún con ese personaje en medio del salón y me puse a leer mi carta, su carta, la carta de quién fuese, en la que reconocí mi caligrafía, fea y desordenada:


Que sea el día que sea, quiero huir, desaparecer, no estar aquí, por demasiado buenos que seáis tantas y tantas veces, por más veces que me demuestren que son mejores de lo que merezco, que soy demasiado poco para lo que una y otra vez me dije que sería, que soy una de esas personas que quiere todo, que quiere ser algo que sabe que no va a llegar a ser, aunque todos parezcáis convencidos de que sí que llegaré a hacer algo de lo que sentirme orgulloso a pesar de que nunca he demostrado nada que diga que eso ocurrirá.
Todos sabemos lo propensa que es la gente como yo a acabar así, porque queremos demasiado, no tenemos nada, no aspiramos más que ser los mejores sin hacer nada por ellos porque no sabemos cómo... 
Si aguanté tanto tiempo era porque había gente al lado que no se merecía tener que dejar de verme, tener que dejar de soportarme tan a gusto como parece que lo hacían, porque creo que merecíais que yo hiciese ese eterno y titánico esfuerzo por seguir con vosotros un día más, cada día.
No sé, ni creo que supiese nunca qué quería hacer, aparte de dejar de depender de vuestras risas, vuestros aplausos, vuestras sonrisas, vuestros cumplidos que nunca me creí. Dejar de depender de ellos, porque alimentarme de la felicidad de los demás es morir de hambre casi cada día un poco más.
Tal vez el problema no fuese ése, y fuese no saber nunca qué quería, a quién amar, de quien enamorarme, quién me amaba y quién no, fuese echarla de menos tantas veces y de más tantas otras, necesitar abrazarla y besarla o necesitarla lejos para no pensar.
Me sigo preguntando si esta carta es necesaria, si es necesario que sea tan ostentoso y tan horriblemente expuesto el hecho de que no lo aguantaba más, con todo y con todos apoyándome.
Siento como si mi cuerpo flotase, tratando de separarse de mí, suponiendo que no fuésemos lo mismo desde siempre. Lo cierto es que se le coge cariño, son muchos años juntos al fin y al cabo, pero a veces lo he detestado, como cuando quería volar y su peso me lo impedía, o cuando quise subir tantas cimas que se resistían al tamaño insignificante de mis brazos y mis piernas.
Odio caer en tópicos, y tú eres el que mejor lo sabes, pero si estás leyendo esto, es porque me has encontrado muerto en el salón o algún policía forense ha olvidado recogerlo de la escena del crimen, si es que acaso lo fue.
Nadie creerá que estoy muerto, mientras tú, querido cuerpo sigues paseándote por ahí, por fin despojada de mí, de lo que te falta de esencia humana. Si hoy sobreviviste en el trabajo nadie se habrá dado cuenta de que te falto y podrás sobrevivir un poco más, si es que quieres aún.
Ha sido mucho trabajo encontrar la forma de hacer que te puedas quedar, pero no seré yo el que te quite el derecho a irte, porque no creo tener ningún derecho de decirte algo así.
No sé si nos volveremos a ver, nadie habla de los cuerpos que se quedan, aunque todos dicen que el alma es inmortal y se va al cielo o al infierno. 
Espero que sea mentira, sobre todo lo de ser inmortal, ya no quiero ir a ningún sitio, estoy cansado de viajar.
No te pido que me entiendas, pero sí que lo soportes, porque posiblemente no te queda otra.
                                                             
                                                                                                       Cuídate, si es que sabes cómo.








A cada línea que leía una lágrima resbalaba por mi mejilla, como sabía que habría ocurrido con mi alma al escribirla.
No sabía qué hacer, ni cómo se entierra un alma, qué hay que hacer para que esté donde merece, en un descanso de paz...
Y me puse a llorar por haber sido un impedimento, me puse a llorar por cada momento que no aprecié tener un alma y me di cuenta de que sin pensar, había cogido un bolígrafo y estaba comenzando a rasgar el papel con él.
Cuando quise leer los trazos, me di cuenta de que éstos me decían:
Aunque no tengas alma, tus lágrimas dicen que sigues teniendo corazón.
Y una sonrisa, rodeada de lágrimas, me inundó la cara según sentía a mi pecho arder y veía cómo el cuerpo que colgaba del salón se hacía cenizas, cayendo suavemente por la habitación, llenándolo todo de fino polvo negro, que yo respiraba sin querer, sin darme cuenta, sin toser.
Me recosté hacia atrás en el sillón y miré hacia el techo que no podía ver por la ceniza del ambiente.
Con un último suspiro, ahora mismo, en la misma postura, me dejo caer, mientras las palabras se deslizan suavemente a través de mí para decir una última:
Adiós






Ah, y sí, feliz San Valentín.

Sunday, February 12, 2012

Surrealismo

Una raya por aquí,
porque esto es arte.

Una por este otro lado
porque la perspectiva es la mía.

Otra... aquí,
paralela a la primera.

Y esta que cierra,
porque me siento preso.

Un círculo aquí,
por los de lectores.

Y otro aquí,
por los viciosos.

Unas curvas por aquí,
porque son necesarias.

Otras a este lado,
para hacer contrapeso.

Y me imagino un cuadro,
de nuestra realidad.
Un cuadro en blanco,
aún por pintar de verdad.

Un cuadro vacío,
sin una cama
sin tu cariño,
y sin pijamas.

El surrealismo,
ahora lo entiendo
es echarte de menos
en nada de tiempo.

Thursday, February 9, 2012

Cosas que sólo pasan en las películas

Aparecieron unas letras flotando en el aire mientras la música se disolvía lentamente en el ambiente.
No soplaba viento y el clima parecía casi artificial de lo perfecto que resultaba a la vista y sobre la piel.
No sabía cómo había llegado allí, pero sabía que tenía una historia de su pasado, algo que hacer en el futuro y unas pautas claras de lo que iba a hacer, aunque fuese a parecer inesperado.
Y de repente, se dio cuenta de que estaba con ella.
Y una explosión, que retumbó todo, destruyendo cuanto existía en derredor y deshaciendo las ideas de futuro y esperanza que él aún conservaba.
Como si fuese un trámite necesario, la imagen se desdobló sobre sí misma y se deformó hasta formarse otra en blanco y negro, sobre una cama, donde él y ella se miraban a la cara con los ojos entrecerrados y con los susurros, gemidos y jadeos de eco aún demasiado presentes sobre los oídos, mientras ella cerraba los ojos y echaba el cuello hacia atrás mientras su garganta formaba un grito mudo que comenzaba a gestarse en sus pulmones.
Él no pudo mantener sus ojos abiertos mientras mordía el cuello de ella y ella se tensaba, girándose hacia él y mordiéndole el hombro a su vez, mientras un último golpe formaba los gemidos sobre la garganta de ella y un último esfuerzo de fuerza de la mandíbula de él, coordinados como las migraciones de los pájaros que surcan el cielo en otoño.
Como si fuese natural, unos sonidos de guitarra de fondo acompañaron el cúmulo de placer en que ambos se habían convertido.
Acababa de comenzar la película y la escena, pero todo volvió a la explosión, donde todo acababa y comenzaron a caer letras que decían nombres, cargos, ayudas, agradecimientos, trabajos...
Y todo acabó de repente, como si hubiese sido demasiado perfecto como para que nadie se diese cuenta de que eso son cosas que sólo pasan en las películas.

Una guitarra para protegerse del frío

Mientras sus dedos se congelaban, recordaba cómo fue acariciar su cuello, sujetar su cuerpo y tocarla, como si fuese el último día, como si fuese el primero, como si ella no notase su habilidad con las manos.
Y rememoró cada momento en que sus dedos consiguieron sacar las mejores melodías de amor que puedan escucharse de lo más profundo de su amante.
Su amante, que nunca le miró si no era para ser tocada, que nunca le exigió nada aparte de cariño y amor, aunque estuviese con otras, que siempre estuvo donde él la había dejado.
Al borde de la congelación del corazón se dio cuenta de que no hacía tanto frío en la calle, ni en sus sentimientos, hacía suficiente calor si estaba con ella.
Y se imaginó que en realidad, sólo la necesitaba a ella, a su guitarra, para protegerse del frío.

Sunday, February 5, 2012

Entre calada y calada

Unas manos se dirigen al tabaco
otro ataque, otro arrebato
unos dedos vacilantes
un mechero que duda
y una llama que anida
sobre un cigarro y una herida.

Y como el humo,
subo por las paredes
y si fumo
es porque me puedes.

Me puedes matar y me vas a quitar la vida
querida,
no sé si soy quién para decir:
"Bah, sólo son tonterías"
Fingiré la despedida.

Fingiré que no me importa...
y no será tan malo.
Y fumo por no tener
tu olor entre las manos.

Pero sólo por ser tú.

Mientras miro tus ojos azules, me imagino en lo profundo que debe de ser caer en el cielo que se deja de adivinar en ellos cuando los cierras para dejar de mirarme.
Sueles hacerlo cuando te digo que te quiero, o cuando te miro fijamente, como queriendo decirte tantas y tantas cosas que prefieres adivinar, aunque te guste oírlas salir de mis labios, que miras cuando hablo como si revelasen la verdad más absoluta que haya por ver.
Cuando te desvisto con la mirada, giras la cabeza, dejando que tus rizos tapen tu cara, mientras la pálida piel de tus hombros sale a la luz durante un par de segundos, dejando que una mirada mía los acaricie como si fuese el último momento en que vaya a poder hacerlo.
Si te agarro la mano, me devuelves un apretón de complicidad, presionando mis dedos un por uno, con tus finísimos dedos de pianista en ciernes sin conocimiento alguno sobre música, aparte de tu capacidad de cantarme una nana mientras mantienes mi mirada, con el verde de tus ojos estrellándose contra mi imaginación de libertad en ellos.
Dejando resbalar mis manos por tu espalda, tratando de cartografiar cada milímetro de tu piel morena, cada músculo que tensarás cuando acabemos tumbados otra vez sobre un colchón, cada vez uno diferente, como cada gemido que harás que me estremezca.
Cada vez que quiero besar tu cuello, delgado y alto, como el de un cisne que quisiera tocar el cielo, me encuentro perdido entre la inmensidad de la fuerza de tu respiración, terriblemente cerca de mi oído, demasiado fuerte como para decir que no estás comenzando a tensarte.
Según me empujas hacia la cama, siento cómo caigo y me dejo caer, mareado por tener cada gramo de mi carne pendiente de tu cuerpo al que le sobra toda esa ropa que tan bien te disimulaba el cuerpo, que acabas de empezar a dejar descubrir, aunque no te guste que te lo mire si salimos de la cama.
Noto tu pelo liso cayendo sobre mi cara mientras me muerdes el cuello, me besas y me dejo elevar un poco más cerca del infinito mientras me olvido de que existimos en este mundo y no en otro diferente.
Según me empiezas a robar la ropa para tirarla al suelo noto como me tiemblan las piernas casi tanto como a ti los brazos, que empiezas a no poder controlar conscientemente.
Me arañas la espalda, con tus uñas casi tan largas como la duración de un orgasmo que parece no querer acabar mientras mi peso siga cayendo sobre el tuyo o al revés.
Cierras tus ojos, oscuros como pozos que llevan al infinito, cerrando las puertas del paraíso a todos los mortales que no pudieron mirar a tiempo en la profundidad de una mirada tuya, que me hace viajar hasta la otra punta del mundo con cada respiración agitada que me haces al oído.
Todos los lunares sobre tu piel parecen estar reclamando que los bese cuando sueltas un gemido que no sabes acabar, o que no te dejo callar.
Rompiendo la monotonía, siento como tu cuello, casi tan grueso como el mío se tensa hacia mí, mordiéndome la oreja y tirando hacia ti, reclamando que te bese, que muerda tus labios, delgados como una línea que define lo que es amistad y lo que es amor.
Agarras las sábanas, la cama, mi espalda, lo que sea que te permita no huir de este mundo y te mantenga en él mientras viajas y desapareces de todo lo que nos rodea, sincronizando un segundo de perfección en nuestras vidas.
Las ondulaciones de tu pelo están enredadas, descolocadas de golpearse contra la almohada y el colchón, de no saber cómo ordenarse para no parecer tan caóticos.
Y me miras con tus ojos de color miel, como diciéndome que querrías pasar así una tarde y otra conmigo, o tumbados sobre el sillón rojo de mi sótano, mientras te acaricio la espalda y te beso el cuello.
Y mientras lo hago, me sorprendo de el perfecto color de tu espalda, demasiado claro para llamarse moreno y demasiado oscuro para ser pálido, que no puedo dejar de querer acariciar como si fuese a escapar.
Me acaricias el pecho, mientras me miras y me besas con tus labios carnosos, como si pudiesen comerse el mundo o mis ganas de seguir en él.
No puedo resistir estar en perfecta sintonía contigo, en sentir que he tenido demasiada suerte en acertar al tratar de seducirte como para que de verdad hayas caído en las redes de mi estupidez.
Y tu larguísimo pelo me confunde, me dice que no eres tú, que no soy yo, que esto es todo mentira, porque no puede ser tan bueno y ser real, al menos no tanto tiempo.
Me acaricias con los dedos el cuello, mientras noto que tienes la piel gastada en las yemas de haberte mordido las uñas demasiado, de haberte puesto nerviosa tantas veces.
Y me sorprendo al abrir los ojos y descubrir que no te pareces en nada a ti.
Que respiras calma hasta que te muerden el cuello y que no te puedo tocar la pierna sin ver en tus ojos un atisbo de nerviosismo.
Te miro y recuerdo que ibas vestida enseñando casi demasiado, pero lo justo para que quisiese quitarte todo a mordiscos, o intentarlo, aunque mi éxito sea previsiblemente bajo.
Si no sé qué quiero, me lo aclaras con un simple "fóllame" eliminando toda posible duda al respecto.
Y me descubro pensando que es justo lo que quiero.

Pero sólo por ser tú.

La gente normal es muy rara.

Para Irene Castillo, que seguramente me dio la mejor idea para hacer algo que quería hacer desde la otra punta del mundo.
Gracias por no ser normal.

La niña de pelo rubio se asusta cuando mira por encima del hombro y ese señor sigue ahí, mirándola, mientras rebusca entre sus recuerdos caídos por el suelo y la basura algo de comer o de roer para imaginarse que está caliente y llena el estómago. No recuerda cuándo se lavó por última vez y no sabe lo que son zapatos. No está segura de seguir sabiendo hablar. Hace tiempo que no se acerca a nadie, porque nadie le deja, y si le dejan es para hacerle daño. Y la basura del suelo parece muy vacía cuando eso pasa.

La basura del suelo sólo sabe oler mal sin querer, mientras se deshace y se pudre, despacio como la sensación de vacío que se crece cuando falta alguien que ha roto un poquito el corazón para hacerse un hueco dentro. Sólo sabe ocupar el suelo y remolonear para dejarse arrancar un poco las entrañas y darle algo que se parezca a alimento a la niña de pelo rubio. Sólo sabe manchar la suela de los zapatos del señor.

Los zapatos del señor quieren taparle de todo lo que hay fuera. Pero no pueden, porque el olor de la suciedad, del hambre y del dolor atraviesan cualquier cosa que se ponga en medio cuando hay alguien dispuesto a quejarse de que sea así. Y hay unos calcetines bajo los zapatos que se niegan a callar su indignación y cantan como los artistas de ópera.

Los calcetines aprietan mucho, pero no se atreven a hacer daño por miedo a acabar al fondo del cajón, el peor sitio al que se puede enviar un regalo cariñoso pero poco acertado o los restos de los sueños rotos que creemos poder recomponer, como si fueran tan sencillos como un puzzle. Están casi de adorno, pero no se ven cuando es de noche y fuera no hay luces.

Las luces tintinean. Se quieren hacer oír sin hacer ruido, pero el parpadeo indeciso de las luces sobre la calzada y sobre el pelo de la niña rubia y de la calva del señor son poco perturbadoras comparadas con la fuerza con que parece brillar el pelo de la niña de pelo rubio, a la que está rodeando un gato que parece querer acariciarla.

El gato no puede para de mirar a la niña, que está toqueteando una raspa a medio comer de un pescado que ha visto mejores días. No puede evitar restregarse sobre la piel que debería ser inocente, pero cuya infancia murió cuando debería estar empezando y sentir en cada poro un poquito de la soledad que emana esta niña rubia que no come por darle la raspa al gato, que ahora mira el brillo sobre la calva del señor que mira a la niña de pelo rubio.

La calva de el señor que mira a la niña de pelo rubio ha brillado porque ha dejado de mirar a la niña de pelo rubio. No le gusta el gato que se va a comer la raspa que le ha dado la niña de pelo rubio. No le gustan los gatos y le asusta cuando bufan, porque mueven el aire de una forma extraña.

El aire entre el hombre calvo que mira a la niña de pelo rubio y el gato que se está comiendo la raspa de pescado que ha encontrado la niña de pelo rubio en la basura está viciado. El olor del miedo está empezando a dejar que se mueva demasiado poco. Y el olor de la basura ataca los resquicios respirables del aire que está entre el gato y el hombre calvo que mira a la niña de pelo rubio que le ha dado de comer a un gato que ahora mira al señor calvo.

El señor calvo aún no ha hecho nada, pero sabe que va a equivocarse cuando lo haga, porque la niña de pelo rubio le ha mirado con la mirada del que ha huido del campo de batalla para no volver a pisar uno. Y puede notar el miedo de la niña de pelo rubio que está asustada, por eso no sabe si hablarle.

La niña de pelo rubio que a pesar de estar asustada ha dado de comer a un gato que ahora mira la calva del hombre calvo que mira a la niña rubia porque quiere hablarle pero siente el miedo de la niña de pelo rubio ha mirado al hombre calvo que mira a la niña de pelo rubio.
Se ha cansado de rodeos y no decir nada, pero no tiene las palabras, porque si las tuviese diría "Quiero irme"
Y entonces, la pregunta que originan los labios que están en la cara del hombre calvo que mira a la niña de pelo rubio que ha dado de comer al gato que se ha comido una raspa de pescado porque miraba a la niña rubia y ahora mira la calva de el hombre calvo, llega al mundo: "¿Por qué no quieres ir con otros niños a un sitio donde curarte? Podrías estar con gente normal."

La niña de pelo rubio que tiene miedo pero da de comer a un gato si le mira, aunque la mirada del hombre calvo y el reflejo de la calva del hombre calvo que mira a la niña de pelo rubio y observa al gato que acaba de comerse el pescado que ha salido de la basura del suelo que huele mal donde pisan los zapatos del hombre calvo... Sabe la respuesta.
Pero todas las demás niñas de pelo rubio, las que tienen miedo, las que no, las que han dado de comer al gato, las que rebuscan en la basura, las que miran al hombre calvo, las que respiran un aire sucio no saben responder, no saben querer responder.

Porque el miedo que tienen es la respuesta a cualquier pregunta que se pueda hacer, mientras la mirada del hombre calvo atraviesa poco a poco la piel de la espalda que la niña rubia acaba de ofrecerle como visión al hombre calvo.

La visión del hombre calvo vuelve a estar entretenida entre los pequeños espasmos de frío que tiene la niña rubia a la que mira. Se asusta. La niña de pelo rubio parece más delicada que todas las demás niñas, incluso que las otras niñas de pelo rubio.

Y la respuesta que los labios de la niña de pelo rubio que está llorando de miedo, de rabia, de impotencia, de dolor, de ignorancia... la respuesta es la más lógica, porque sabe que no está sola y muchas otras niñas rubias le apoyarán. Por eso la niña de pelo rubio que va a hablar mientras llora tiembla cuando tiene que pronunciar:
"La gente normal es muy rara"

Friday, February 3, 2012

Tu sonrisa y platos rotos

Rompiendo los platos de la normalidad en la vajilla de mi vida, ordenada cuidadosa y meticulosamente en orden creciente de depresiones, de tonterías y comeduras de cabeza por cada plato en el que había comido, estaba tu sonrisa, deslizándose por los bordes, dibujándose a sí misma en el contorno del plato y dejándolos caer, haciéndome ver lo superfluos que en verdad eran mientras el suelo los hacía astillas, separando los fragmentos de lo que fue.
Mi mirada se quedó atascada entre el lento movimiento armónico de tu sonrisa sobre los platos y el caer milimétricamente calculado de cada uno de ellos sobre el suelo.
Avancé, casi tentando a la suerte con que terminases con mi vajilla de recuerdos, con mi colección de problemas y mis memorias y tu sonrisa desapareció, para convertirse en un guiño imperceptible de esos que sólo tú podías hacerme.
Y de repente, la nada.
Cientos de trozos de recuerdos y arcilla, o tal vez porcelana, por el suelo, por todos lados, envolviendo mi última miseria de soledad, que no quería quedarse a solas conmigo, que no quería acabar como tantos restos, tantas astillas que me miraban desde el suelo: "Esto ha sido tu culpa" .Por las lágrimas que soltaban algunos habría llegado a decir que no quedaban cientos, miles de sonrisas que mirar entre cada filo cortante que había en el suelo.
Desde arriba siempre es más difícil ver la miseria de los que están abajo y yo era incapaz de aclarar si acaso estaba sintiendo algo de todo lo que estaba ocurriendo bajo mis pies, descalzos, que se iban llenando de cortes conforme andaba sobre los restos de un pasado que creía haber enterrado y en verdad tenía expuesto, para que no se me olvidase.
No quiero olvidar.
Escrita con sangre, la frase me perseguía, dibujándose sobre el escaso camino que acababa de recorrer, sin saber por qué, sin saber adonde, sin saber si habría un final ni si tú o yo estaríamos allí.
Y de repente, risas.
Por todos lados, desde todos los ángulos, esperando a que alguien recordase que estuvieron allí, que siempre habían estado, que no todas eran tuyas, que había existido algo más que el aquí y ahora enredado entre las sábanas de una cama supletoria, o entre las plumas de un saco de invierno o una llamada por el ordenador que parece no terminar jamás...
Y al frente, pude ver el tablón de anuncios en el que estaban a la venta mis sentimientos a aquel o aquella que se viera capaz de pagar el simple y mínimo precio de una sonrisa por cada momento que pasásemos juntos, mientras se vendían mis servicios en la cama a unas risas la noche y tal vez una cerveza.
Imagino que no entiendo nada de lo que digo, porque no sería capaz de escribirlo en la libreta que llevo en las manos desde que vi por primera vez tu sonrisa...
No, es un cúmulo de pequeños papeles, que recuerdo que hicieron abrirse a tus ojos, a esa mirada sincera que siempre pensé en que sería perfecta sólo si estuviese siempre delante de mí.
Y los papeles, al viento del aire parado de esta habitación, flotando en círculos o tal vez elipses, imposibles de describir con certeza y de recoger si siguen al viento, me susurran que seguiré dando tantas vueltas como ellos, mientras haya versos que decir, palabras que ser escritas y un libro por terminar, si es que acaba algún día.
Abro los ojos y aquí estoy, de nuevo, frente a mi ordenador, buscando tu sonrisa, o la mía, o tal vez otra sonrisa cualquiera, de alguien que me diga que me quiere o que le quiera, de alguien que sea capaz de subirme la moral diciendo cosas que le alegran a ella y no deberían a mi, de alguien que quiera estar conmigo porque soy yo y no por lo que puedo hacer por ella, de alguien que no se dé cuenta de que hay demasiadas veces una palabra "ella" en cada cosa que escribo, de alguien que no tenga miedo a decirme lo que siente, que no tenga miedo de que yo me confunda.
De alguien que quiera ser una brújula que viaje como una veleta, según sople el viento...
Mientras dejamos que los susurros de este clima, frío como las horas de soledad, nos digan dónde acabaremos.
O dónde continuará