Sunday, February 5, 2012

La gente normal es muy rara.

Para Irene Castillo, que seguramente me dio la mejor idea para hacer algo que quería hacer desde la otra punta del mundo.
Gracias por no ser normal.

La niña de pelo rubio se asusta cuando mira por encima del hombro y ese señor sigue ahí, mirándola, mientras rebusca entre sus recuerdos caídos por el suelo y la basura algo de comer o de roer para imaginarse que está caliente y llena el estómago. No recuerda cuándo se lavó por última vez y no sabe lo que son zapatos. No está segura de seguir sabiendo hablar. Hace tiempo que no se acerca a nadie, porque nadie le deja, y si le dejan es para hacerle daño. Y la basura del suelo parece muy vacía cuando eso pasa.

La basura del suelo sólo sabe oler mal sin querer, mientras se deshace y se pudre, despacio como la sensación de vacío que se crece cuando falta alguien que ha roto un poquito el corazón para hacerse un hueco dentro. Sólo sabe ocupar el suelo y remolonear para dejarse arrancar un poco las entrañas y darle algo que se parezca a alimento a la niña de pelo rubio. Sólo sabe manchar la suela de los zapatos del señor.

Los zapatos del señor quieren taparle de todo lo que hay fuera. Pero no pueden, porque el olor de la suciedad, del hambre y del dolor atraviesan cualquier cosa que se ponga en medio cuando hay alguien dispuesto a quejarse de que sea así. Y hay unos calcetines bajo los zapatos que se niegan a callar su indignación y cantan como los artistas de ópera.

Los calcetines aprietan mucho, pero no se atreven a hacer daño por miedo a acabar al fondo del cajón, el peor sitio al que se puede enviar un regalo cariñoso pero poco acertado o los restos de los sueños rotos que creemos poder recomponer, como si fueran tan sencillos como un puzzle. Están casi de adorno, pero no se ven cuando es de noche y fuera no hay luces.

Las luces tintinean. Se quieren hacer oír sin hacer ruido, pero el parpadeo indeciso de las luces sobre la calzada y sobre el pelo de la niña rubia y de la calva del señor son poco perturbadoras comparadas con la fuerza con que parece brillar el pelo de la niña de pelo rubio, a la que está rodeando un gato que parece querer acariciarla.

El gato no puede para de mirar a la niña, que está toqueteando una raspa a medio comer de un pescado que ha visto mejores días. No puede evitar restregarse sobre la piel que debería ser inocente, pero cuya infancia murió cuando debería estar empezando y sentir en cada poro un poquito de la soledad que emana esta niña rubia que no come por darle la raspa al gato, que ahora mira el brillo sobre la calva del señor que mira a la niña de pelo rubio.

La calva de el señor que mira a la niña de pelo rubio ha brillado porque ha dejado de mirar a la niña de pelo rubio. No le gusta el gato que se va a comer la raspa que le ha dado la niña de pelo rubio. No le gustan los gatos y le asusta cuando bufan, porque mueven el aire de una forma extraña.

El aire entre el hombre calvo que mira a la niña de pelo rubio y el gato que se está comiendo la raspa de pescado que ha encontrado la niña de pelo rubio en la basura está viciado. El olor del miedo está empezando a dejar que se mueva demasiado poco. Y el olor de la basura ataca los resquicios respirables del aire que está entre el gato y el hombre calvo que mira a la niña de pelo rubio que le ha dado de comer a un gato que ahora mira al señor calvo.

El señor calvo aún no ha hecho nada, pero sabe que va a equivocarse cuando lo haga, porque la niña de pelo rubio le ha mirado con la mirada del que ha huido del campo de batalla para no volver a pisar uno. Y puede notar el miedo de la niña de pelo rubio que está asustada, por eso no sabe si hablarle.

La niña de pelo rubio que a pesar de estar asustada ha dado de comer a un gato que ahora mira la calva del hombre calvo que mira a la niña rubia porque quiere hablarle pero siente el miedo de la niña de pelo rubio ha mirado al hombre calvo que mira a la niña de pelo rubio.
Se ha cansado de rodeos y no decir nada, pero no tiene las palabras, porque si las tuviese diría "Quiero irme"
Y entonces, la pregunta que originan los labios que están en la cara del hombre calvo que mira a la niña de pelo rubio que ha dado de comer al gato que se ha comido una raspa de pescado porque miraba a la niña rubia y ahora mira la calva de el hombre calvo, llega al mundo: "¿Por qué no quieres ir con otros niños a un sitio donde curarte? Podrías estar con gente normal."

La niña de pelo rubio que tiene miedo pero da de comer a un gato si le mira, aunque la mirada del hombre calvo y el reflejo de la calva del hombre calvo que mira a la niña de pelo rubio y observa al gato que acaba de comerse el pescado que ha salido de la basura del suelo que huele mal donde pisan los zapatos del hombre calvo... Sabe la respuesta.
Pero todas las demás niñas de pelo rubio, las que tienen miedo, las que no, las que han dado de comer al gato, las que rebuscan en la basura, las que miran al hombre calvo, las que respiran un aire sucio no saben responder, no saben querer responder.

Porque el miedo que tienen es la respuesta a cualquier pregunta que se pueda hacer, mientras la mirada del hombre calvo atraviesa poco a poco la piel de la espalda que la niña rubia acaba de ofrecerle como visión al hombre calvo.

La visión del hombre calvo vuelve a estar entretenida entre los pequeños espasmos de frío que tiene la niña rubia a la que mira. Se asusta. La niña de pelo rubio parece más delicada que todas las demás niñas, incluso que las otras niñas de pelo rubio.

Y la respuesta que los labios de la niña de pelo rubio que está llorando de miedo, de rabia, de impotencia, de dolor, de ignorancia... la respuesta es la más lógica, porque sabe que no está sola y muchas otras niñas rubias le apoyarán. Por eso la niña de pelo rubio que va a hablar mientras llora tiembla cuando tiene que pronunciar:
"La gente normal es muy rara"

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