Wednesday, June 8, 2011

Pasión

Un hombre puede cambiar de nombre, de amigos, de mujer, de hijos, de vida, pero no puede cambiar su pasión. (El secreto de sus ojos)



Las sábanas como celda de todas las mañanas. Tan placentera, tan necesaria. Parece que todo esta mañana se estuviese confabulando para impedir que lo necesario, lo cotidiano entre en nuestra habitación deslizándose entre los pequeños agujeros que nunca comprendí de la persiana.
Un pequeño punto de luz aterriza sobre tu cara, sacándote esos destellos rubios que siempre has negado que existan. Es curioso, creo que es lo que hizo que me enamorase de ti. Trato de moverme sin despertarte, sin hacerme notar. Salir de la cama es una verdadera tortura, pero cuando estoy de pie, descubro que merece la pena solo por verte tumbada como si estuvieras en el paraíso. Y me parece verte desde el infierno. Tu estás justo en la zona iluminada, dejando que la luz tornee ligeramente tus caderas bajo las sábanas, tu pelo tapa sensualmente tus hombros mientras me das la espalda. No te imaginarías lo que duele vivir así. Me ducharé y saldré de casa antes de que te despiertes y desayunaré fuera. Nunca he terminado de aguantar tu mal humor de por las mañanas.
Lo de siempre, llegar a la oficina y dejar el maletín vacío, de adorno sobre la mesa, avisar a mi secretaria de que era hoy, martes que no acepto reuniones. Tengo veinte minutos para llegar al aeropuerto. Es una suerte que a estas horas la carretera esté despejada y que mi oficina no quede lejos de la terminal en que cojo el vuelo. Cualquiera que supiera esto diría que estoy loco.
Cuarenta y cinco minutos más tarde de entrar en el avión empieza la tortura. La más deliciosa de las torturas. Una vez a la semana es demasiado poco, vente a vivir a Madrid.
Y tu negativa, siempre la misma, siempre explicándome que tú también tienes una vida y un hombre allí. Porqué será que no queremos o no sabemos cómo fugarnos. Aún no he llegado a tu casa y ya estoy ansioso, casi desesperado por verte apoyada en el quicio de la puerta, como siempre, esperándome con la bata que te regalé, esa que tienes guardada debajo del colchón donde tu marido no miraría nunca. Y seguro que estarás preciosa, como cada vez que nos vemos.
Menos mal que el vuelo a Barcelona son sólo cuarenta y cinco minutos, no creo que aguantase mucho más tiempo aquí dentro si no fuera a verte. Y ahora cogerme el metro, que sólo lo hago porque prefieres no arriesgarte a que me cruce con tu marido taxista. Vaya un oficio. Yo por lo menos soy jefe de planta, vente conmigo, sabes que podría mantenerte.
Y esa sonrisa entre triste y lúgubre en tus labios, seguida de un beso y un susurro -No- al oído, mientras me tiras de la corbata hacia adentro, me obligas a subir las escaleras como si fuera tu perrito faldero y empiezas a temblar de los nervios o tal vez del ansia como yo.
Y como siempre, te quitarás la bata antes de llegar a tu habitación para enseñarme que hoy tampoco llevabas nada debajo y me vuelves a preguntar cuándo vendré yo en bata. Y yo pensando en dónde podría hacerlo. Pero la conversación en seguida quedará ahí ahogada, porque no hace falta más, porque sobra el mundo. Después, tumbados en la cama, me volveré a sorprender de lo mucho que me gusta el roce de tu piel, el sentir tus labios apoyados sobre mi cuello o sobre mi espalda cuando me intentas quitar las contracturas de la espalda.
¿Por qué no podemos estar juntos si nos amamos? Porque hay un mundo aparte de nosotros dos, dirás, como siempre. Y será verdad, pero no me importará, porque mi hijo lo entendería, mi mujer... debería saberlo, pero no podría dejarla, ni yo a mi marido, A tu marido porqué, para poder irme contigo, ¿Ahora si que quieres irte conmigo?, siempre quise, pero no podría, ya sabes porqué, te lo he contado mil veces.
La conversación de siempre, acabada como siempre, ahogada entre los gemidos del colchón y los nuestros.
Y ya estoy a punto de llegar a tu casa, más temprano incluso que de costumbre, mientras todos los niños empiezan a dirigirse al colegio. Miro tu portal, al fondo de la calle, pero aún es pronto y eres demasiado como para perderte así de fácil, así que me siento en el banco para escribirte esto, o cualquier otra cosa, y de paso fumarme ese cigarrito que sólo me fumo si voy a verte a ti, porque sé que no te importa, no como a mi mujer.
Y así dejo flotar los últimos cinco minutos que me quedan para subir esas escaleras casi corriendo e ir a verte, ir a descubrir de nuevo lo que siento por ti. Si lo pienso un poco esto es una locura, pero procuro no hacerlo.
Subiendo hacia tu casa descubro que hay algo que ha cambiado, pero no tengo muy claro qué, así que paso de largo y sigo subiendo. Al llegar a tu puerta, espero que estés como siempre en el quicio con la bata... pero no estás ahí. ¿Qué ha pasado? Espero, pacientemente, pero en menos de tres minutos necesito encenderme otro pitillo. Sólo fumo los martes, pero normalmente tres cigarros como mucho y no son ni las diez y ya van dos. Da igual, supongo, un día es un día. Tenía que haberme comprado esa petaca de plata, me apetece un trago. Bueno, seguro que en tu casa tienes un poco de ron. Tu marido tiene buen gusto para eso.
Al fin apareces, poquísimo después de que haya apagado el cigarro. Pero no estás con la bata, estás vestida con un vestido precioso, rojo y llevas dos pulseras doradas que no recuerdo haber visto. Y el collar que te regalé.
Es martes, no me he equivocado de día. Miro el reloj. Efectivamente es Martes 15 de febrero, te ríes de mi cara de estupefacción y me preguntas si quiero pasar. No soy capaz de negarme y claro, paso adentro.  Debería acordarme de algo y no sé de qué, estoy dándole vueltas a mi cabeza a una velocidad de vértigo. Nunca paso nada por alto, no entiendo qué es lo que está pasando.
De repente, a tres pasos por el pasillo caigo en la cuenta. Era tan obvio, tan sencillo. Y se me ha olvidado traerte algo. Maldita memoria. Tu cumpleaños. Tu cuarenta y cinco cumpleaños. Jamás lo habría dicho mirándote, desde luego. Estás preciosa, pareces muchísimo más joven.
Suavemente, te paso la mano por la cintura y me acerco a tu oído para susurrarte "Felicidades", pero tú ya te lo olías, ya sabías que lo iba a hacer y te adelantas a mis labios y los juntas con los tuyos. Hacía cinco, no, seis años que no celebrábamos juntos tu cumpleaños.
Si de mí dependiese cada día sería tu cumpleaños, pero sin cumplir años nunca.
Me has preparado un desayuno increíble y yo sin regalo. Debes de haberme leído la mente, porque en seguida me dices: "No hace falta, ya estoy mayor para esas cosas" y me encanta tu acento, tu forma de moverte por la cocina mientras me ofreces que tome asiento. Desayunaré ligero, pero vamos a quemarlo entero, por esa cara que me acabas de poner.
Efectivamente, nada más me levanto de la mesa para recogerla, ya estás tú para decirme que eso lo haremos luego, que ya habrá tiempo, que ya lo harás tú, que no todos los días cumples cuarenta y cinco años.
Acabo de descubrir el porqué de tu sonrisa de antes, te has quitado el vestido en un solo movimiento y con una sola mano. Y no llevas nada debajo. Como siempre. Pero esta vez me gusta mucho más. Si pudiese besaría cada centímetro de tu piel.
Cuarenta y cinco años.
Jamás lo habría dicho, no me lo termino de creer.
Al parecer te han regalado un equipo de música para tu habitación y me dices que quieres hacer una locura, que quieres probar a hacerlo con música de esa que escucha tu hija y te has hecho incluso un cedé para ponerla. No sé que música escucha tu hija, sólo espero que no sea heavy metal de ese, no sé si sería capaz de hacer nada con eso puesto.
Al final es algo muy raro, pero me parece preciosa. No tanto como tú.
Me quitas la camisa lentamente, me dices que yo no haga nada, que me deje hacer, que hoy quieres mandar tú. Yo estoy a punto de no poder reprimir las ansias. Me tiraría encima tuya ahora mismo, pero ahí estás tú, disfrutando al ver mi cara de ansia y saber que tú tampoco te controlas.
Abrázame, y te abrazo, me terminas de quitar la ropa y me miras, te beso, caemos a la cama y nos besamos y te toco, te rozo, te susurro al oído que te quiero, beso tu cuello, tu empiezas a jadear y me buscas con las manos, yo te abrazo más fuerte mientras te muerdo cada vez más abajo. Me empujas, suelto el abrazo, te tiras encima mío, rodamos por la cama. Me besas de nuevo y esta vez empiezas a bajar tú.
Y acabamos como siempre, rozando el cielo durante una hora para volver a tocar el sucio suelo de asfalto hasta la semana que viene. Pero hoy no te quieres parar ahí. Ni yo tampoco.
Bajas de la cama y me propones ducharnos juntos. Nunca me dejas porque dices que así no nos duchamos. Y al final resulta que, por lo menos hoy tienes razón. Menos mal que tu ducha es grande.
Salimos y como siempre me das unas toallas que tendrás que lavar antes de que él vuelva.
Me debería traer mi propio albornoz o algo así.
Tengo que hacerte un regalo y esto no cuenta.
Voy a hacer una locura y por primera vez en casi diez años, te vuelvo a coger en brazos y te beso mientras te llevo a la cama. Es curioso, pero sólo quiero abrazarte, quedarme tumbado junto a ti y besarte hasta romperme los labios si es necesario.
Te susurro un te quiero otra vez y te abrazo, mientras encajas tu cabeza en el hueco de mis hombros.
Ya sé qué te voy a regalar. Hace años que no hago algo así y recuerdo que me encantaba.
Nos pasamos toda la mañana en la cama y a la hora de comer, invito yo a un restaurante que conozco. He llamado al dueño en un momento que he dicho que iba al baño y le he pedido la mejor mesa, que para algo es amigo mío.
Al llegar allí sabemos que nos tendremos que despedir en el propio local. Él no tardará en volver y tienes que recoger las cosas, así que la comida es breve.
Tengo tantas ganas de pasar contigo el resto del día... Pero sabré aguantar, espero.
Y comencé a escribir esto, porque sé que te encantaba cuando te dedicaba algo nuevo. Pero nunca había escrito "Feliz cumpleaños" ni un "te quiero" explícito.
Espero que al menos este papel te recuerde a mí esos seis días a la semana que yo no estoy.

Sunday, June 5, 2011

Autopsia

-Es definitivo, está muerto. ¿Qué quiere que hagamos con el cadáver?
-Aún no sabemos porqué murió.
-Es posible que no lo sepamos.
-Pero existe una posibilidad  de saberlo y voy a aprovecharla. Sacad todas las herramientas.
Esperó unos segundos a que todos sus lacayos se pusieran en marcha y comenzasen a alinear escrupulosamente todos los utensilios sobre el escritorio de madera junto al que se hallaba el sujeto.
-¡Tú! -dijo señalando a uno de sus subordinados- ¡Tráeme algo para apoyarme!

Cuando todo estuvo dispuesto, se arremolinaron alrededor de los restos mortales, con el respeto reverencial que se merecía el hecho. El que parecía el jefe -tal vez por las órdenes que daba, o quizá por su traje negro- levantó su mano derecha hasta la altura del hombro.
El corazón al descubierto se hallaba justo debajo de su mano, latiendo, pero muerto. El silencio inundó la sala.
Pumpum. Era todo el sonido.
 El hombre vestido de negro dibujó sobre su palma con un bolígrafo la palabra "amor". Debajo escribió "dolor". Movió el puño ,como limpiándose la mano, dejando que el significado de las palabras tocase aquél corazón marchito.
Un pequeño hilo de color dorado cayó hacia él, entrelazándose con uno rojo. Al llegar al corazón, el ritmo de los latidos cambió ligeramente, se aceleró y en seguida volvió a su frecuencia habitual. Las palabras se dibujaron sobre el miocardio y al instante éste empezó a supurar la tinta.
La tinta no parecía querer dejar de salir de aquella apertura en el pecho y no tardó mucho en ocupar todo el espacio que había y a desbordarse por el agujero.
Todos los presentes lo miraban estupefactos. Menos el hombre de negro.
Él sabía bien lo que era, ya lo había vivido.
Los movimientos del corazón hicieron que por un segundo el sonido de la expulsión de la tinta pareciese un llanto ahogado, muerto entre latidos impertérritos.

-Compañeros, -dijo el hombre de negro- no hay solución. Ha muerto por leer demasiado, ha perdido la fe en el mundo real, donde las leyes de lo posible no son quebrantables.

-Pobre diablo.-se escuchó de fondo- Aún no sabe que las leyes se hicieron para romperse.

Las cosas que me recuerdan a ti.

Las mañanas con el sol radiante,
los gritos a lo lejos que andan como perdidos,
los besos que se rompen con el susurro del viento
algunas caricias que nunca dijeron quién las recibía...

Esas tardes de soles perezosos que se mueven sin saber adonde
ese polvo que queda sobre mi escritorio tratando de ocultar tus recuerdos
esa carta que prometí terminar y aún hoy me empaña la vista
todas esas proposiciones en broma que querían ser serias...

Mis noches de ausencias, sobre todo si lo ausente es el sueño
Tus susurros inexistentes sobre mis oídos sordos
Nuestros imposibles que parecían al alcance de la mano
Probablemente, ninguno de tus recuerdos.

Ya no sé qué me recuerda a tí, pero no puedo evitar recordarte casi cada día. Hace... más de un año. Un año cargado de experiencias, de historias vividas, de subidas y bajadas, tanto de ánimo como de ropa.
Y al final lo último que se come es el postre y lo único que me queda de ti son todos esos momentos dulces que pasamos juntos.
Si supiera cómo decirlo, lo escribiría más claro, pero no estoy seguro de que sea posible.
Espero que valga con esas dos palabras capaces de envenenar el agua más pura a la vez que reavivar los campos moribundos de los sentimientos:
Te quiero.
Y te echo de menos, que ya sé que lo sabes. Pero no quiero arriesgarme a dejar que lo olvides.

Saturday, June 4, 2011

Fiel compañera

Me gustaría poder decir eso de que recuerdo cada caricia sobre cada una de ellas. O tal vez, por lo menos, cuando menos, que las recuerdo a todas, pero lo cierto es que la única que sigue permaneciendo junto a mí, y sólo de vez en cuando, es la primera.
Hay mañanas que me despierto deseando que estuviera ahí, junto a mí y compartir caricias, el susurro de los roces acompañando a un discurso mudo. Y noches que desearía poder acostarme sabiendo que alguna, la que me ocupe en ese momento, está junto a mí, que me acompaña en mis últimos segundos de ser un ser humano despierto.
Y alguna hay que me acompañe después como ser onírico.
Ha habido más de una que me ha dado más alegrías que desilusiones, las hay que han hecho que se me saltasen las lágrimas, que me han impedido abandonarlas sin saberlo.
He compartido tantos juegos con todas ellas...
Pero de todas ellas guardo cuando menos un recuerdo, tal vez un par de pequeños pedacitos guardados en sobres blancos, en algunos casos incluso, al fondo del cajón guardo alguna foto con ella.
Ha habido muchas y no me cabe duda de que habrá más, porque soy así y soy incapaz de vivir sin ellas y me gusta pensar que a ellas les pasa lo mismo.
Seguramente una de las cosas que más me gustan es su feminidad. O tal vez la delicadeza con que pueden verse a veces y lo maltratadas que se ven la mayoría.

Creo que guardo un poco de amor hacia cada una de ellas, y agradezco a aquel anónimo personaje que allá por el siglo XVII las inventó. 
Ojalá pudiesen leer las barajas y dejar de sentirse un medio para jugar y punto.