Wednesday, July 24, 2013

Nombres de Ciudades

Por supuesto, ella no sabía que a Marsella todavía le quedaban unas pocas ganas de mantenerse peleando por el pobre Pérgamo, que ya había sido poco menos que relegado a un segundo plano, mientras la guerra entre Barcelona y Marsella por un control que no le interesaba a ninguna se mantenía.
Ninguna de las dos pretendía ser celosa, ni lo era. La posesión no entraba dentro de sus límites de comprensión, sólo querían un poco de atención, nada más. Una mirada al día que pudiera distinguir la triste realidad de su alrededor de ellas, de piel para adentro. Como si de verdad toda esa masa sanguinolenta de órganos tuviera alguna diferencia con todo lo demás, con todo lo de fuera.
Pérgamo no paraba de escribir, de tirar todas las ideas, todas las reflexiones al aire, como si alguien fuera a necesitar leerlas alguna vez. Siempre se había oído eso de que la historia se estudia para no repetirla, mientras caemos en la misma piedra una y otra vez.
Por eso Marsella sólo leía cuentos de amor, novelas románticas, tristes cartas de imposibles romances, para asegurarse de que cada uno de los fracasos que leía no se repetía en su vida, como si de verdad se pudiera repetir algo tan concreto como el segundo en que uno se enamora, ese instante en que una pequeña espinita entra en el corazón y se hace un hueco sin preguntar, se acomoda de a pocos, se hace su espacio y decide quedarse. Como si cada pequeño detalle de ese ínfimo instante pudiera repetirse.
Lo que Barcelona sabía es que Marsella no sabía que también leía los éxitos que jamás repetiría, las mentiras que se contaba a sí misma una y otra vez, diciendo que quizá algún día... Pero otro día, ese día no es hoy, quizá no sea mañana, aún está todo por ver, no insistas y yo no insisto y así pasan los días entre el humo del tabaco, el alcohol en sangre y la cerveza caliente de mirarla demasiado.
Barcelona era más modesta en sus aspiraciones y sabía que no sería jamás la musa de Pérgamo al dejarse la tinta sobre el papel, por eso sólo quería ser el último impulso, el final de una novela, el desenlace trágico, la caída del último papel sobre la pila, que da por finalizado el titánico proceso de escribir un imposible. Barcelona sólo quería quedar relegada al papel de la amante que no se olvida y que no traiciona. Que cosa más tonta que ser la protagonista, para que todos la miren, para que todos sepan, para que se hable de ella. No, mejturquia pergamoor ser un personaje secundario, un segundo, tercer plano, un final de todos los hilos que se mueven desde la sombra, una piedra angular escondida tras una capa de yeso hecha de protagonistas y personajes principales.
Pérgamo no entendía de planos, no entendía de amores, no entendía de la vida. Pero era protagonista, era amante y escribía las vidas que no podía vivir. Desperdiciaba el tiempo chorreando más y más tinta sobre papeles que luego olvidaba, perdía, acumulaba y regalaba sin medida, sin importar quién, dónde o por qué ocurrían las cosas que contaba, sin recordar qué había de real.
Para cuando estalló la guerra, el suministro de papel hacia Pérgamo había acabado, Barcelona no cuadraba las cuentas, Marsella no quería seguir una farsa y el mundo parecía al borde del colapso desde detrás de tres pares de ojos distintos.
En la cama del Mediterráneo, que Marsella aún llamaba Mare Nostrum en tono casi jocoso, se tumbaron los tres juntos, cada uno con un cigarro y una cerveza y miraron al techo. No queda nada que decir, Claro que no, ella tiene que irse, Sin mí no habría historia que contar, Sin mí no habría dónde, Sin mi no habría quién y sin vosotras no habría por qué. Y todos dieron un trago, como si fuera un pacto no escrito. Mientras el humo ascendía, Pérgamo preguntó ¿Volvemos a empezar?
Y así, de nuevo, Pérgamo volvió a sus libros y Marsella a su férrea fortaleza y Barcelona, por supuesto, a no saber que a Marsella aún le quedaban unas pocas ganas de...

Sunday, June 30, 2013

El humo de la vela

Estuviste mirando la vela como si esa pequeña llama se pudiera llevar toda nuestra conversación, como si pudiera quemar cada palabra descolocada que flotaba entre nosotros, cada frase equivocada que no queríamos decir pero dijimos. Sabías mejor que yo cada pensamiento que pasaba por mi cabeza, no tengo claro cómo, pero estaba convencido de que podías leer y deformar mi mente sólo con un par de letras escritas o dos palabras dichas al azar. Y yo seguía tratando de mirar un poco más allá de ti para ver si podía llegar a comprender siquiera una milésima parte de lo que tú pensabas y sentías al respecto de todo lo nuestro, todo lo que te había dicho.
Por el amor de dios, ni siquiera recordaba cómo había empezado la conversación, ni toda la sucesión de hechos de los que me sentía culpable sin saber muy bien por qué. Por tu mirada supongo que tú también tenías un poquito de eso en algún rincón aislado de tu corazón, al que yo no tenía derecho a mirar, según parecía. Seguías llevando las riendas de cada conversación sin decir una sola palabra y nunca supe cómo lo hacías. Quizá es que yo no sabía lo que quería decir hasta que no te tenía delante y sentía que me incitabas a decir otra cosa.
Lo último que recuerdo son tus labios dibujando un beso al aire que sabía que no iba a llegar a ningún sitio, soplando la vela, que empezó a humear. Tus ojos eran lo último que quedaba encendido en toda la habitación. Imaginé que estabas llorando, porque sé que no me dejarías verte llorar, no sé si por orgullo o porque te da miedo mi reacción. Dijiste adiós y saliste con esa rosa que te regalé en la mano a la calle, gris, como todo el mundo si tú no estás.
Y tu espalda al descubierto en ese vestido que me encantaba tras el humo de la vela fue el último adiós.

Wednesday, June 26, 2013

Última canción de medianoche

Hacía tantísimo que no escuchaba ninguna de esas canciones que me recordaban a tu risa que no quedaba en mi memoria casi resquicio por el que colarse tu comisura al sonreír. Lo que me resulta más curioso es el pensar que estas canciones me despiertan todas las emociones juntas que antes sentía, como si no hubiera pasado un solo día, como si aún quedasen los restos de la locura que cometimos juntos, de cada momento en que parecíamos querer ser más listos que la vida, superar a la ficción en esa realidad inexistente que nos creamos. 
Aún tengo guardado un poquito de tu olor entre los pliegues de mis sonrisas. Por si me da por recordarte. Por si me da por querer olvidarte, para no poder hacerlo. Por si me da por vivir en el pasado más hermoso que me pudiste construir y regalar.
Aún no te he agradecido lo suficiente, ni creo que sea capaz de hacerlo, cada momento de extrema felicidad que pasé contigo, todo lo que me inspiraste, todos los secretos que te conté, todas las confesiones que no recuerdo haber hecho antes ni después, todos los besos que te escribí y me escribiste.
Yo también me podría enamorar de ti mil veces más.
Y quién no.

Monday, April 1, 2013

Que pa qué

Y ahora, a estas alturas me doy cuenta...

Quiero que me quieras, no que me lo digas,
no quiero nada contigo, quiero que me lo pidas
llegué a verte en la cama junto a mí
pero en fín
fue bonito... mientras me lo creí

Me alegra pensar yo solo de nuevo.
Chao.

Sunday, March 31, 2013

No sé a qué vienen tantas prisas

Digo por mi parte.
Pero quiero quedarme.
Si me haces un hueco.
Yo sigo teniendo el tuyo.

Casino

Nunca supo por qué apostaba, pero siempre tuvo la suerte de ganar.
La costumbre a la victoria le hizo pensar que era lo normal y su primera derrota le hizo dejar de apostar.
Hasta que un día, en la misma ruleta, con los mismos jugadores, la misma bola que lanzar, decidió volver a apostar.
Como un nuevo intento de reconciliarse con la pelota.
Ella y él.
Y el mundo parado entre tanto.

Wednesday, March 20, 2013

Carta sin remite

"Vísteme con una camisa de fuerza o me tendrás que matar
camino loco de atar, deliro"  Momo

Querido y excelentísimo señor:
Temo haber caído en los delirios que usted vaticinó para mi encierro, pues los mensajes que se acuden a las paredes son demasiado frecuentes, diríase incluso que permanentes. No quiera el señor que tal predicción que vuestra merced hizo se cumpla antes de lo debido, como tal parece que está ocurriendo, cuando las cosas comenzaban a asentarse.
Hace tan sólo unas horas tuve que lidiar con la segunda revuelta de los jarrones, que ajenos a las leyes de la naturaleza, comenzaron a brotar flores por doquier, inundando el pasillo y llenando de su intensa fragancia toda la casa, dejando mis pobres cartas por enviar perfumadas, como si de epístolas románticas enviadas por una doncella se tratase.
Créame caballero si le digo que la locura quiere ahondar en mis líneas mientras mi pluma se debate por mantener la cordura, pero las cosas parecen estar dadas la vuelta. Oigo y veo por la ventana como bulle la actividad por la noche, como la gente marcha a trabajar y hace su vida al amparo de las oscuras calles, mientras de día todo queda desierto, desamparado, como si un toque de queda se hubiera impuesto. Sólo los amantes fugitivos, que se saben a salvo de miradas indiscretas, toman los caminos mientras el sol ilumina sus pasos.
¡Ay, quién supiera dedicarle versos, como si de la luna se tratase, al sol que cada día nos iluminaba!
Pero no, mi apreciado amigo, temo que cada uno de ellos tuvo su tiempo y su correspondencia y yo me hallo en la orilla de ambos sentidos, en una sensación de pérdida, como si de un náufrago me tratase, atrapado en mi piso mientras las olas de la actividad diaria de la ciudad sacuden los cimientos de lo que yo tomaba por cierto y verdadero.
Quizá sea que toda la ciudad tomó por mentira mis más sinceras verdades, cada canción y poema, cada pequeño fragmento de novela que a ella dediqué, imaginando que andaba por sus calles mientras me quedaba aquí, en mi escritorio, viviendo un mundo que imaginaba.
Seguramente, esto sea lo último que escriba, pues las alfombras han comenzado a rebelarse también, empezando por ocupar el techo y extenderse por toda la superficie que antes fuera yeso pintado. Temo que decidan comenzar a crecer como hicieron las flores de los jarrones y me asfixie, pero más temo que la cocina vuelva  a ponerse a guisar sola, como ya hizo anteayer, o que la chimenea comience a calentar mientras yo tengo frío en mi habitación.
Quién sabe, quizá lo próximo sea que mis ventanas comiencen a traerme las palomas mensajeras que tanto desearía tener en casa. Si es así, no se asuste usted de que le llegue la presente carta por medio de una de ellas, casualidades pueden darse siempre.
En fin, caballero, esta carta es sencillamente una despedida a falta de una posterior conclusión, si acaso no la concibe usted como tal, aguardo su respuesta, ya que todas sus cartas decidieron quedarse en blanco y desaparecer, por lo que no dispongo apenas de más información de usted que la que en mi memoria mantengo, de la que, he de decir, no confío demasiado.
Cuide usted de la memoria que de mí tuvo, pues es lo más bello que puedo dejarle y espero que mis anteriores palabras no le confundan ni le induzcan a error.
Yo siempre amé esta ciudad, aunque no pudiera vivir en ella.

Sunday, February 24, 2013

Una pequeña parte de un adiós

Él estaba en medio de la calle, aunque no sabía cuál, ni dónde, ni por qué. Los coches debían de haberse olvidado de que tenían que pasar, porque el asfalto parecía estar sólo para él, como si las calles estuvieran sometidas a su voluntad.
La gente desaparecía cuando él la miraba, deshaciéndose en una masa de humo blanco que nunca volvía a aparecer. Todos ellos le lanzaban una última mirada, en la que él creía recordar algo, quizá un nombre, un momento vivido, una sonrisa sincera... Pero los recuerdos no llegaban a aflorar nunca, sólo se dejaban entrever en la superficie y se hundían de nuevo, como si jamás hubieran existido.
Se puso a avanzar, subiendo una cuesta, sin andar, o andando sin mover las piernas, como si fuera el mundo el que andase bajo él.
La calle acabó en un cruce, donde toda la gente parecía dirigirse a la vez, todos convirtiéndose en humo blanco al llegar a su campo de visión, creando una humareda que deshizo el mundo por unos segundos.
Por un instante, todo fue blanco, todo fue perfecto, impoluto, como si jamás ninguna memoria hubiera perturbado la paz de esas calles, que cada poco se tornaban algo menos existentes, como si los bares en los que había pasado buena parte de muchas noches se desdibujasen y fuesen sitios desconocidos, nunca recordados.
Pero el humo blanco comenzó a disiparse, dejando una silueta que avanzaba hacia él.
Ella iba con la cabeza agachada, como si se avergonzase de estar aún ahí, como si le diera miedo hablar. Abrió la boca, tratando de decir algo, pero la cerró y volvió a bajar la cabeza. Él no podía dejar de mirarla, no entendía, aún no se había hecho humo.
Ella le miró y giró la cabeza, como si supiese todo pero no entendiese nada.
Cuando él la miró de nuevo, ella sonrió.
-Ya te acuerdas, ¿verdad? -dijo ella, con una voz que no le pertenecía, como si llevase unos zapatos demasiado grandes o demasiado pequeños, o la ropa de otra persona a la que no se parecía.
Ella se llevó las manos a la boca y se echó la cabeza hacia atrás, como si estuviera riendo, pero sin emitir ni un solo sonido. Le miró de nuevo y volvió a hablar, esta vez con una voz distinta, que tampoco parecía la suya:
-A lo mejor no te acuerdas del todo -sonrió-. No sé si sentirme orgullosa, estás creciendo, pero ya no eres capaz de recordar mi voz, ¿verdad?
Él no tenía claro qué responder, no sabía por qué ella era ella, por qué le habían robado la voz. No, no recordaba que esa fuera su voz, pero cuál era.
-¿Cuál es el temor de un hombre sabio?
Esta vez sí que era su voz, sí que recordaba haberla oído decir eso, ya habían tenido esa conversación.
-Enamorarse -respondió él sin dudarlo un momento.
Ella volvió a sonreír y apoyó sus manos en las caderas, que empezaron a humear ligeramente, como si el contacto con sus manos fuera tan caliente que no lo pudiesen soportar. Apartó las manos, sin dar más que esa señal de que se hubiera dado cuenta y se las miró.
-Vaya, así que es cierto -Volvió a hablar ella con esa voz que no le pertenecía-. Me estás echando.
Él la miró con extrañeza. No quería verla, pero no quería echarla, era como una parte de sí mismo que sabía que estaba infectada, contaminada, pero que no quería o no podía echar, por más que lo intentase.
-Oh, si, si que puedes, mira. Imagínalo. Deséame fuera.
Él notó las mejillas húmedas sin saber por qué y notó unas gotas caer sobre el suelo, una leve llovizna, mínima, casi ni siquiera mojaba. Y sol. De repente había un sol radiante en el cielo que parecía haberse olvidado hasta ahora de que tenía que estar ahí.
Cuando miró hacia ella se dio cuenta de que empezaba a humear de cintura para abajo, levemente, como si evaporase el agua que la tocaba.
-Te sientes culpable, no recuerdas mi voz apenas. Ni siquiera sabes qué sentir al verme. No me dices nada, pero yo sé lo que quieres.
El sol se atenuó, la lluvia se hizo levemente más intensa. La sonrisa de ella desapareció, mientras parte del humo que aún quedaba comenzaba a convertirse de nuevo en personas, todas con la cabeza agachada, todos de frente a él.
Él miró a todas ellas, que no se deshicieron en humo como antes, se quedaron, algunos levantaron la cabeza y le sonrieron, el sol volvió a iluminar con cada sonrisa que le llegaba.
Ella sonrió, giró un poquito la cabeza.
-Es un paso, pero a pasos, uno a uno, es como se hace el camino. Aún te queda uno largo por recorrer. Y sabes que tendrás más alegrías que penas, siempre te esfuerzas en encontrarlas.
Él comenzó a llorar mientras veía el camino del que ella hablaba formarse detrás de ella, cómo desaparecían las cosas convirtiéndose en humo blanco a sus lados, sobre todo a su izquierda.
-No podríamos haber sido felices, lo sabes, aunque aún no lo quieres admitir. Cuando escribas esto lo sabrás, quizá llores, pero estarás haciéndote más fuerte, estando más cerca de lo que buscas.
Él enterró la cara entre las manos y comenzó a sollozar, diciendo "lo siento, lo siento..." una y otra vez, sin saber por qué, sabiendo que no tenía nada que sentir, porque no había sido culpa suya nada de lo que pudiera haber pasado, nada de lo que dejó de pasar.
-No hace falta que llores, aún no nos vamos a despedir. Pero quizá la próxima vez no sea exactamente yo la que vuelva. Eso depende de ti. Ya lo sabrás cuando nos veamos.
Ella sonrió, y él comenzó a notar que unas manos le abrazaban, le levantaban, le ayudaban, le abrazaban, demasiadas manos para ser sólo las de ella. La miró, pero ella seguía de pie donde antes, sonriendo.
Toda la gente que estaba antes alrededor ahora le cogía, le abrazaba y animaba. Le sonreían, todos.
-Te envidio. O quizá quieres pensar que es así. Mucho mejor.
Volvió a sonreír. Comenzó a andar hacia la nube de humo que había a la izquierda de él. Sin mirar atrás.
-Anda, camina, aprende, vive, tienes mucho camino como para perderte en el mío.
Él sólo pudo verla partir, tratando de tener un "te quiero" en los labios, pero no quería salir, no podía, algo se lo prohibía.
Ella miró hacia atrás y sonrió.
-Es mentira, pero quizá todavía no lo sepas. Aquí no pueden decirse.
Y levantó la mano para despedirse, dirigiéndose a la nube de humo. Él se terminó de incorporar y miró al frente, al camino.
Y cuando miró a su izquierda, sólo quedaba una nube blanca de humo, que se iba dispersando poco a poco, deshaciéndose, dejando que los escasos jirones que quedaban se juntasen con las inexistentes nubes del cielo.
Cuando el humo se hubo dispersado, no había nadie, ni rastro de ella.
Él volvió a mirar al camino, miró a la gente que tenía alrededor, pero no vio nada. Les sentía.
Sentía el calor de la compañía, aunque no estuvieran ahí. Miró al camino.
Y echó a andar.


Wednesday, January 9, 2013

Guión

-Me miras mucho
-Lo suficiente
-¿Lo suficiente para qué?
-Para acordarme de ti
-¿Te olvidas de cada mujer que ves?
-Sólo de las que no dejan cicatriz
-Pues me miras con la misma cara que a esa chica de ayer
-Eso es porque ella aún es una herida
-¿Y yo soy una tirita?
-Tú eres una cura
-¿Entonces el amor es una enfermedad?
-Y contagiosa, deberías tener cuidado
-Por eso creo que me miras mucho
-Es que es la mejor forma de contagiarlo
-¿Y me quieres contagiar?
-Sólo si quieres ser un poema o una canción, si no, no tengo nada que hacer
-Yo quiero ser un guión de cine
-En el cine no existen historias reales
-Pero yo quiero ser una fantasía
-¿No quieres ser la mía?
-Quiero ser tu mirada
-¿Y por qué no me dejas mirarte?
-Si te dejo, pero eso no quita que me mires mucho
-Vale, mira, voy a cerrar los ojos y me dices como me prefieres
-Con los ojos cerrados
-¿Y eso?
-Es más fácil besarte
-Si querías hacerlo no tenías más que pedirlo
-Pedir un beso es como mendigar amor
-¿Y tú tienes de sobra?
-Tengo el tuyo
-¿Yo te amo?
-No, la amas a ella
-Y tú a él
-Si, pero a ti te quiero aquí y ahora
-¿Y existe algo más que el aquí y el ahora?
-Contigo no
-¿No quieres pensar en un futuro?
-Sólo me preocupa saber que llegará, no lo que me pueda traer
-Entonces quédate conmigo
-Es lo que estoy haciendo ahora
-Y estamos aquí
-Exacto

Saturday, January 5, 2013

Invitación para la cena

Como todos los años, esta cena se nos va a quedar escasa. Escasa de comensales, claro, porque siempre pedimos y compramos más de lo necesario, creo que para olvidar que se nos olvidó comprar regalos, de esos que queremos para olvidar que lo que queremos no se queda por ahí fuera en forma de sueños.
Quizá esta noche, durante la cena, pase como el año pasado, ¿Te acuerdas?, haremos un brindis por nosotros, por la sinceridad, porque tu barba no me hiciese cosquillas, por los recuerdos que tendríamos al año siguiente, por la felicidad...
Pero claro, ahora ya no estás tú para decirme que me invitas a patatas en ese puesto que hay al lado de Alonso Martínez mientras volvemos a casa, tratando de sonsacarnos los regalos que nos vamos a dar por la noche, que abriremos por la mañana para conservar esa ilusión infantil que jamás fuimos capaces de matar.
Sinceramente, no espero que leas esta peculiar felicitación de reyes, porque no sé si yo lo haría con una tuya, pero me imagino que llegará a nuestro buzón, en el que siempre escondíamos la última pista que llevaba al regalo que nos escondíamos por nuestro cumpleaños.
Me acabo de acordar de cuando te regalé la guitarra, que la escondí debajo de la cama. Me prometiste aprender a tocarla los suficientemente bien como para regalarme una canción este año. Sé que tienes esa canción en algún sitio, quizá ahora mismo en la garganta o tal vez en la papelera. Me encantaría saber que la vas a tocar igual, como si la tradición obligase, esa manía tuya de cumplir las promesas aunque fuera muy tarde.
Si esta carta llega a tiempo, me gustaría decirte que no quiero que esta cena quede escasa de comensales, así que te he puesto ese sillón que te gustaba tanto y que me dejaste llevarme, quizá porque te recordaba a mí, en el lado del radiador, que es donde te gusta más a ti, que ya me lo conozco.
Si acaso quieres venir, hay un plato, un asiento y una comida esperándote.
Y quién sabe, quizá con unas cuantas copas de esas que me hacías tomar, también haya unos labios esperando.
Mañana no miraré bajo el árbol, seguro que está lleno de carbón.