Thursday, May 10, 2012

Soñar, beber, escribir

Uno de cada conjugación,
uno de cada de mis favoritos,
uno de cada de hoy
uno de cada mañana

Soñar con vivir
y vivir soñando
que la tierra es muy grande
y yo muy pequeño,
tus ojos muy listos
mi boca muy tuya

Beber por soñar,
si falta algo que me diga
Dime, suéltame, háblame
Y mis dedos no son torpes
al menos en estos lares
menos al acariciarte

Escribir, al menos
por supervivencia
en cada sueño
en cada trago
por cada una
de todas tus miradas

Thursday, May 3, 2012

Subía la calle

Subía la calle para poder bajar, para poder pasar por delante de su ventana cada mañana, con la excusa de lo que fuese, de sacar la basura con el cubo vacío, de sacar al perro que no tenía... El caso era poder tener un par de segundos al día en los que cruzar los dedos porque ella estuviera en su ventana, vistiéndose, mirando al infinito, fumando a escondidas...
Era de esas mujeres imposibles de encontrar, pensaba él, cada vez más convencido de que se la inventaba, de que no era real, quizá porque aparecía una de cada cinco veces que él pasaba.
Nunca tuvo la certeza ni la idea de que ella supiera de sus paseos frente a su ventana, ni supo jamás si ella le había mirado a él siquiera con una pizca de la intensidad que él lo hacía.
Sencillamente, él pasaba. Y pasaba, esperando hacerse ver, a veces con una mujer bajo el brazo, como para darle envidia a alguien que quizá no existiese.
Él tuvo la loca idea de que si la escribía cartas, como un admirador secreto, quizá ella se enamorase de él, sin saber quién era, quizá se enamorase de sus palabras, como si el amor entrase por el buzón y no por la piel.
Pero tampoco era precisamente un experto en amor, así que no sabía de semejantes minucias, ni de sutilezas en lo que enamorar a una mujer se refiere. Estaba convencido de que el hecho de recibir cartas anónimas era suficiente.
Claro, que él no sabía si ella las leía o las tiraba, quizá las usase como papel en sucio, por no darle utilidades más obscenas y degradantes hacia los sentimientos de él.
Todas las cartas las terminaba con una idea de cómo encontrarse, un lugar, una hora y la frase: "Me pregunto quién será el que decida... Seguramente tú"
Por supuesto, los lugares eran imposibles de alcanzar para ambos, pero poco a poco eran más cercanos geográficamente, cada vez estaba más convencido de que ella un día aparecería en alguno de ellos a la hora indicada. Él nunca acudía, nunca estaba, no podía evitar querer generar esa tensión.
El último día, escribió una hora cualquiera de la tarde y la puerta de la casa de ella, el lugar más cercano posible.
Y allí estaba él, cinco minutos antes de lo debido, ignorando que detrás de la puerta la muchacha daba vueltas y vueltas tras la puerta, deseando que el tiempo pasase más rápido para poder abrirla y verle, a quien quiera que fuese que había sido capaz de llegarle tan profundo.
Y pasó lo que tenía que pasar.
Tras un beso, una sonrisa y una charla interminable, se dieron cuenta de que el sol se despedía de ellos, que sí, se alegraba por semejante historia, recién sacada de una imaginación desaforada y descontrolada, pero no se iba a quedar allí mirando para siempre y no lo hizo.
El sol enrojeció el cielo, que como cada atardecer tomaba ese color, como enfurecido porque el astro rey le abandonase.
Y ella se despidió con un "hasta mañana, mi poeta de la prosa" y él con un "Te quiero".
Mientras él retrocedía en dirección a su casa, ella empujó suavemente la puerta, pero la dejó abierta. Él, que no podía evitar darse cuenta, se acercó y la cerró, sin hacer ruido, sin que se notase.
Y todo volvió a la normalidad. Las cartas dejaron de aparecer, ella no volvió a abrir esa puerta y dejó de salir a la ventana. Él dejó de subir la calle y los días comenzaron a hacerse verano.
Y ella le escribió cartas, pero él, dándose por aludido, sólo quería decir "vuelve a abrir la puerta" pero esta vez él cerró la suya.
"Aquí no ha pasado nada" pensó él. Y con el sonido de la guitarra de fondo, unos versos rotos sobre la mesa y un susurro de buenas noches al oído, él durmió, sin volver a saber de ella, sin saber si ella le hablaba a él cuando volvió a salir a la ventana a suspirar para todo el mundo y para nadie.
Para nadie, es decir, para él.

(Ayer leí una frase que me inspiró la historia: "¿Y si no somos nada? Escuché por ahí que dura para siempre")