Friday, October 28, 2011

Reflexiones apasionadas

Justo cuando creía que la pasión se empezaba a anquilosar entre las letras de mi teclado y que no llegaría el momento en el que volviera a aparecer por la esquina, o antes de terminar la pared, justo cuando ya empezaba a creer que la iba a dejar sólo para escribir, se me plantó en la maceta de las ideas una nueva ocurrencia.
En realidad, no se me plantó así como así, sino que se me planteó como resultado de otra.
Otra idea precisamente pensando sobre lo que es la pasión, lo que por supuesto, me llevó a mirar la definición en la RAE, que sigue siendo uno de mis referentes en cuanto a dudas lingüísticas, obteniendo este resultado:

pasión.
(Del lat. passĭo, -ōnis, y este calco del gr. πáάθος).
1. f. Acción de padecer.
2. f. por antonom. pasión de Jesucristo.
ORTOGREscr. con may. inicial.

3. f. Lo contrario a la acción.
4. f. Estado pasivo en el sujeto.
5. f. Perturbación o afecto desordenado del ánimo.
6. f. Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona.
7. f. Apetito o afición vehemente a algo.
8. f. Sermón sobre los tormentos y muerte de Jesucristo, que se predica el Jueves y Viernes Santo.
9. f. Parte de cada uno de los cuatro Evangelios, que describe la Pasión de Cristo.
~ de ánimo.
1. f. Tristeza, depresión, abatimiento, desconsuelo.



Esto me llevó a darme cuenta de que, en realidad, todas las cosas que hasta ahora yo había venido denominando "vida" resultan ser motivo de la pasión o de una pasión, incluso dejando de lado todas las ideas religiosas relacionadas con ello.
Y por supuesto, me surgió una pregunta que me pareció obvia... ¿Ser alguien apasionado con algo es tener algún tipo de problema anímico relacionado con gente o aficiones? ¿Por qué la quinta definición da ese cariz tan... preocupante a la pasión?
Es cierto que Jesucristo sufrió la Pasión y que fue un durísimo trance antes de morir, pero alguien apasionado, alguien que disfruta de lo que hace ya sea en el trabajo, cuando sale, cuando come, cuando vive, no es posible que sea un "perturbado" como parece querer describir el ya citado punto cinco.
En todo caso, yo calificaría de perturbados a todos los que no intentan que su vida sea así.

Pero vamos, que será que soy un apasionado escribiendo y estoy perturbado, o que tengo miedo de no aprovechar lo suficiente la vida y es por eso que procuro darlo todo en lo que hago y procuro hacer las cosas con pasión o como mínimo con cariño, y estoy loco, que viendo como va el mundo y los giros más raros que da últimamente, nunca se sabe.
Que si estoy loco me lo digan, aunque no vaya a cambiar.

En el paraíso

Si todas las mañanas fuesen a su lado, el paraíso sería un lugar pequeño e inútil.
Abrió los ojos, con el mismo miedo de todas las mañanas, de que toda la vida que había pasado junto a ella fuese un sueño y esta fuese la mañana definitiva en que despertar era ver cómo todo se evaporaba, como desaparecía su castillo de naipes, hecho exclusivamente con el palo de corazones, porque no parecía hacer falta más...
Mientras sus párpados pugnaban por levantarse, dejó que su mano avanzase lentamente hacia el lado de la cama que ella ocupaba.
Pudo tocar su costado mientras veía cómo la luz anterior al amanecer dibujaba su contorno a duras penas y sonrió para sus adentros, sin poder evitar que sus labios se curvasen. Miró el reloj, para comprobar que aún era temprano, que aún podía durar el sueño de estar a su lado aunque las manifestaciones oníricas se hubieran acabado.
Imaginó que ella se despertaba y le miraba, susurrándole que le quería con una sonrisa y un beso, uno de esos besos de recién despertado que son tan sinceros, porque se dejan de lado el aspecto, el olor y el sabor, que en el fondo son lo de menos.
Él se dio la vuelta en la cama y salió, para vestirse con esos pantalones de pijama que ella le regaló unas navidades de hacía ya tanto tiempo. Ella siempre decía que estaban muy gastados, que ya se podían tirar y comprar otros nuevos, pero él se negaba, no era cuestión de que fueran iguales, era cuestión de que fueran justo esos pantalones, de cuando aún eran adolescentes.
Recordó aquellas tardes frente al atardecer conforme salía, tan silenciosamente como era capaz, de su habitación. Fue directo a la cocina donde la noche anterior le preguntó si querría casarse con él.
Quién lo iba a decir, alguien que nunca creyó en el matrimonio preguntando semejante tontería.
Miró la cocina, completamente desordenada, y movió la cabeza mientras se tocaba el pelo con la mano. Había sido una de las noches más apasionadas que habían tenido.
Comenzó a recoger en silencio, tarareando por dentro una melodía que hacía tiempo había descubierto y sobre la que había hecho una canción para ella, aunque ella aún no la hubiese escuchado a pesar de ser su mayor admiradora.
Preparó una cafetera, que puso al fuego y encendió la tostadora con cuatro rebanadas de pan dentro, mientras colocaba la mesa en su sitio y ponía las tazas y los cubiertos.
Hacía mucho tiempo que no se despertaban el uno al otro, siempre por la misma razón: "Es que estás tan mono durmiendo..." Pero había decidido que no quería dejar de ser un adolescente, y se acordó de cómo se despertaban mutuamente antes, que aunque a ojos vista no fuese tan romántico, lo hacía con todo el amor del mundo, si es que acaso había suficiente para representarlo.
Se acercó a la habitación y la vio allí, tumbada de lado, como siempre, mirando hacia el lado que ahora estaba vacío de la cama, con las manos frente a la cara.
A pesar de que la sábana la tapaba, se podía adivinar todo su cuerpo debajo de la tela, en una escena de una sensualidad perfecta, mientras el sol empezaba a entrar por la ventana, iluminando su espalda.
Él se acercó al borde de la cama y sonrió, feliz de saber que ella seguiría soñando, posiblemente un mundo en el que sólo estuvieran ellos, en el que no existiese nada que evitase que todo fuera perfecto.
Se sintió un poco culpable por hacer desaparecer la previsible maravilla que ella debía de estar experimentando en ese momento y se quedó un momento allí de pie, mirándola, completamente sobrepasado por el hecho de que ella hubiese accedido a pasar el resto de su vida con él, que nunca creyó que algo así fuera posible.
De pie, mirándola, recordó cuando se conocieron, que ella se acercó preguntándole si era él, porque le habían hablado muy bien de su persona. Sólo de recordar cómo habían conectado desde el primer momento, aunque al principio no supieran o no quisieran darse cuenta, le llegaron unas pocas lágrimas a los ojos.
Lágrimas de nostalgia, de pena por el tiempo perdido, por todas las cosas que habían vivido juntos y por haber estado jugando al ratón y al gato durante tanto tiempo.
"Tan cerca y tan lejos"... Era el título de la primera cosa de muchas que escribió pensando en ella, aunque tal vez jamás se lo hubiese dicho, porque tal vez siempre tuvo miedo de decir lo que sentía a pesar de que tantas veces fuera tan obvio.
Recordó aquella época en la que quisieron recuperar algo que tuvieron, cuando ella leyó el regaló que él le había mandado por navidad. Siempre había sido mucho de imaginar y de escribir y muy poco de hacer en comparación con lo que le gustaría ser.
Recordó aquellos días de imaginarse junto a ella y de soñar con ella una y otra vez sin atreverse a decírselo y se alegró de que las pequeñas casualidades de la vida le hubieran llevado a decidirse a hacerlo.
Se decidió a acercarse a la cama y se puso sobre ella, tumbándola boca arriba, aunque ella aún no se hubiese despertado, le cogió suavemente las manos, acercándolas a la almohada y ella hizo un mínimo movimiento de protesta, aún en sueños, moviendo la cabeza hacia un lado, como tratando de morderse el hombro. Él acercó la cara y rozó la de ella con la barba, ligeramente lo justo para que girase la cara de nuevo hacia él, cuando ella movió la cabeza, él acercó sus labios a los de ella, en el preciso momento en que ella despertaba, abriendo mínimamente los ojos.
Con el abrir de sus ojos, toda la habitación comenzó a difuminarse. En el escaso espacio de tiempo en que sus labios se acercaban, las paredes parecieron volverse de humo, la cama intangible, el suelo inexistente, el cuerpo de ella, casi gelatinoso, como artificial. Todo parecía disolverse en el aire, justo cuando él quiso besarla.
Se alejó, tratando de reparar la vorágine, aterrado por lo que estaba pasando, pero el aire se había vuelto más denso a medida que todo el resto de cosas habían perdido su densidad, hasta ocupar todo el espacio, un espacio inexistente y vacío en el que él estaba flotando, en medio de la más absoluta negrura. Sintió que su cuerpo se hacía intangible para estar de repente rodeado de la mayor calma imaginable, tumbado.
Sintió que no podía evitar el llanto que le sobrevenía a los ojos y se abandonó a él, descompuesto por no haberse dado cuenta, otra vez, de lo mismo. Una y otra vez, noche tras noche, lo mismo que le había ocurrido tantas veces y le volvería a pasar antes de que se diese cuenta.
Era imposible que estuvieran juntos, porque de estar a su lado todos los días, el paraíso sería un sitio inútil.
Abrió los ojos, sintiendo las lágrimas correr por sus mejillas, de nuevo sin poder contenerlas y sin querer hacer nada por evitarlo.

Saturday, October 22, 2011

No podrías recoger todas las hojas al viento.

Cae una de las hojas de ese castaño que hay en el jardín y me la imagino, soñando con las alturas, posándose sin más remedio en el suelo, abandonando la idea del vuelo, ese sueño que todos los que nos vemos caer tenemos...
Cae al suelo, sin más esperanza que amarillear sobre las baldosas de color tierra, tal vez invadidas por las hormigas, que trataran de sacar algo de provecho de ella, algo que les dé alimento para el invierno, que cada día está más cerca, aunque se haya hecho de rogar casi tanto como el verano.
El vaivén de la caída de esa hoja, esa mísera y banal hoja, me recuerda a la caída de las plumas de los pájaros, que parecen querer resistir aunque sea un poquito más en el aire, en el recuerdo de lo que fue la ausencia de suelo.
El roce, tan suave como su escaso peso le permite, apenas es audible, pero también me lo imagino como un terrible estruendo de calamidad en el limitado mundo de estomas, de haces y enveses, de una hoja, en definitiva.
Si las hojas al caer sonasen como las lágrimas al derramarse, estos días serían un festival de plañideras de unos doce metros de altura en mi barrio, todas negándose a desnudar ante la adversidad del frío de noviembre, que se hace más y más palpable por las mañanas.
En el escaso tiempo que me ha llevado escribir esto, han caído muchas otras hojas, y no sólo del castaño, también de ese otro árbol de color rosa cuyo nombre desconozco y desconoce su dueña también, todas ellas inundando, tal vez sin querer, la paz de un suelo vacío, desconcertado por tener tantas hojas que temen llegar a él.
El suelo, parece querer repartir algún tipo de amor irresistible, atrayendo a todas las hojas, a algunas ramas también, también a algunas personas, que ya no tienen fuerzas o no quieren buscarlas.
Pero las hojas no han dejado de ser tan banales, simples e insignificantes como eran antes, siguen sin hacer ruido apenas al caer, el vaivén de su caída sigue siendo absolutamente rutinario... y las lágrimas...
Las lágrimas tampoco dejan de caer, pero nadie parece querer hacerlas caso, tal vez porque ya son una pequeña parte, un agregado de lo que es nuestra vida, sin hacer ruido, sin hacer visitas con aviso, apareciendo cuando menos te lo esperas, o cuando más las necesitas, si es que llegan.
Y contemplo, atónito, como el roce de tu piel descompone esa mínima gota que recorría tu mejilla, esa cantidad ínfima de agua saliendo de tus ojos, que siempre parecieron reacios a tener sentimientos.
Te miraría a los ojos, pero temo verme cayendo como las hojas del castaño, temo sentir que yo tampoco tengo suelo y temo, temo sobre todo, no querer llegar jamás a él.
No querría tocarlo si no es contigo.

Y como las hojas al viento, me verás caer, pero no harás nada, porque no podrías, no podrías recoger todas las hojas al viento.
Y cae otra de las hojas de ese castaño que hay en el jardín.... y me imagino en su lugar.
http://www.youtube.com/watch?v=yhtQx34XpUI&feature=BFa&list=PL83E25F4242831EFE&lf=mh_lolz

Saturday, October 8, 2011

Disolviéndose en el aire

Como esas lágrimas que se resisten a salir, me faltaba un mínimo esfuerzo para poder dejar salir ese "te quiero" que no podía evitar tener contenido entre los labios, que luchaban por resistir a la tentación de besarte.
Ignoro si quisiste ignorar las obvias señales que te mandé involuntariamente, pero tengo la absoluta certeza de que sabías con claridad a lo que te enfrentabas al mirarme a los ojos. Sabías lo poco que había cambiado entre nosotros, porque nada era igual que antes.
La valla metálica se fue amoldando a nuestras espaldas mientras mirábamos los escasos rescoldos que quedaban de uno de los atardeceres más eclipsados que he visto en mi vida, porque la protagonista de ese momento eras tú, y no todos esos destellos rojizos y anaranjados que suavizaban los contornos de el opulento palacio que quedaba a nuestro lado, en el que soñábamos lo que haríamos si viviésemos ahí, las salas que eliminaríamos, las que añadiríamos, las partidas de billar en las que haríamos una y otra vez como que no sabías para que tuviese que ponerme detrás de ti y abrazarte suavemente para enseñarte la pose en la que coger el palo, aunque la partida en el fondo fuese lo de menos.
Mientras dejábamos nuestras piernas colgar al borde de las piedras pulidas y desgastadas por los años, nos confesamos verdades que ambos creíamos saber, sin tener del todo claro cuánto queríamos saber en realidad.
Recuerdo que el jardín quedó casi para nosotros solos cuando te decidiste a meter tu mano en tu bolso y sacar de él una cajetilla de Marlboro de la que sacaste, casi sin preguntar, dos cigarros, dando por sentado que yo quería o necesitaba matarme un poco más por dentro, tal vez por tu culpa o gracias a ti.
Mientras el fuego se amoldaba al escaso espacio en que le recluíamos en la punta de esos malditos cilindros de tabaco, imaginé ser yo el cigarro que se posase en tus labios, ser yo el que te dejase mi aliento en el tuyo.
Y dejamos escapar unos segundos que parecieron del paraíso, mientras el humo se esforzaba en seguir su trayectoria natural hacia el cielo.
Seguí cometiendo errores casi hasta el final de mi cigarro, diciendo tonterías, contándote todo eso que no debería, pero quería que supieses, tal vez porque te quiero, tal vez porque no soy capaz aún de engañarme lo suficiente como para pensar que no es cierto.
Y recuerdo que me miraste, casi como tratando de ocultar algo y me dijiste:
-Te sienta bien fumar, entre la pose y el cigarro...

-No es cierto, -respondí- lo que me sienta bien es estar contigo.