Friday, October 28, 2011

En el paraíso

Si todas las mañanas fuesen a su lado, el paraíso sería un lugar pequeño e inútil.
Abrió los ojos, con el mismo miedo de todas las mañanas, de que toda la vida que había pasado junto a ella fuese un sueño y esta fuese la mañana definitiva en que despertar era ver cómo todo se evaporaba, como desaparecía su castillo de naipes, hecho exclusivamente con el palo de corazones, porque no parecía hacer falta más...
Mientras sus párpados pugnaban por levantarse, dejó que su mano avanzase lentamente hacia el lado de la cama que ella ocupaba.
Pudo tocar su costado mientras veía cómo la luz anterior al amanecer dibujaba su contorno a duras penas y sonrió para sus adentros, sin poder evitar que sus labios se curvasen. Miró el reloj, para comprobar que aún era temprano, que aún podía durar el sueño de estar a su lado aunque las manifestaciones oníricas se hubieran acabado.
Imaginó que ella se despertaba y le miraba, susurrándole que le quería con una sonrisa y un beso, uno de esos besos de recién despertado que son tan sinceros, porque se dejan de lado el aspecto, el olor y el sabor, que en el fondo son lo de menos.
Él se dio la vuelta en la cama y salió, para vestirse con esos pantalones de pijama que ella le regaló unas navidades de hacía ya tanto tiempo. Ella siempre decía que estaban muy gastados, que ya se podían tirar y comprar otros nuevos, pero él se negaba, no era cuestión de que fueran iguales, era cuestión de que fueran justo esos pantalones, de cuando aún eran adolescentes.
Recordó aquellas tardes frente al atardecer conforme salía, tan silenciosamente como era capaz, de su habitación. Fue directo a la cocina donde la noche anterior le preguntó si querría casarse con él.
Quién lo iba a decir, alguien que nunca creyó en el matrimonio preguntando semejante tontería.
Miró la cocina, completamente desordenada, y movió la cabeza mientras se tocaba el pelo con la mano. Había sido una de las noches más apasionadas que habían tenido.
Comenzó a recoger en silencio, tarareando por dentro una melodía que hacía tiempo había descubierto y sobre la que había hecho una canción para ella, aunque ella aún no la hubiese escuchado a pesar de ser su mayor admiradora.
Preparó una cafetera, que puso al fuego y encendió la tostadora con cuatro rebanadas de pan dentro, mientras colocaba la mesa en su sitio y ponía las tazas y los cubiertos.
Hacía mucho tiempo que no se despertaban el uno al otro, siempre por la misma razón: "Es que estás tan mono durmiendo..." Pero había decidido que no quería dejar de ser un adolescente, y se acordó de cómo se despertaban mutuamente antes, que aunque a ojos vista no fuese tan romántico, lo hacía con todo el amor del mundo, si es que acaso había suficiente para representarlo.
Se acercó a la habitación y la vio allí, tumbada de lado, como siempre, mirando hacia el lado que ahora estaba vacío de la cama, con las manos frente a la cara.
A pesar de que la sábana la tapaba, se podía adivinar todo su cuerpo debajo de la tela, en una escena de una sensualidad perfecta, mientras el sol empezaba a entrar por la ventana, iluminando su espalda.
Él se acercó al borde de la cama y sonrió, feliz de saber que ella seguiría soñando, posiblemente un mundo en el que sólo estuvieran ellos, en el que no existiese nada que evitase que todo fuera perfecto.
Se sintió un poco culpable por hacer desaparecer la previsible maravilla que ella debía de estar experimentando en ese momento y se quedó un momento allí de pie, mirándola, completamente sobrepasado por el hecho de que ella hubiese accedido a pasar el resto de su vida con él, que nunca creyó que algo así fuera posible.
De pie, mirándola, recordó cuando se conocieron, que ella se acercó preguntándole si era él, porque le habían hablado muy bien de su persona. Sólo de recordar cómo habían conectado desde el primer momento, aunque al principio no supieran o no quisieran darse cuenta, le llegaron unas pocas lágrimas a los ojos.
Lágrimas de nostalgia, de pena por el tiempo perdido, por todas las cosas que habían vivido juntos y por haber estado jugando al ratón y al gato durante tanto tiempo.
"Tan cerca y tan lejos"... Era el título de la primera cosa de muchas que escribió pensando en ella, aunque tal vez jamás se lo hubiese dicho, porque tal vez siempre tuvo miedo de decir lo que sentía a pesar de que tantas veces fuera tan obvio.
Recordó aquella época en la que quisieron recuperar algo que tuvieron, cuando ella leyó el regaló que él le había mandado por navidad. Siempre había sido mucho de imaginar y de escribir y muy poco de hacer en comparación con lo que le gustaría ser.
Recordó aquellos días de imaginarse junto a ella y de soñar con ella una y otra vez sin atreverse a decírselo y se alegró de que las pequeñas casualidades de la vida le hubieran llevado a decidirse a hacerlo.
Se decidió a acercarse a la cama y se puso sobre ella, tumbándola boca arriba, aunque ella aún no se hubiese despertado, le cogió suavemente las manos, acercándolas a la almohada y ella hizo un mínimo movimiento de protesta, aún en sueños, moviendo la cabeza hacia un lado, como tratando de morderse el hombro. Él acercó la cara y rozó la de ella con la barba, ligeramente lo justo para que girase la cara de nuevo hacia él, cuando ella movió la cabeza, él acercó sus labios a los de ella, en el preciso momento en que ella despertaba, abriendo mínimamente los ojos.
Con el abrir de sus ojos, toda la habitación comenzó a difuminarse. En el escaso espacio de tiempo en que sus labios se acercaban, las paredes parecieron volverse de humo, la cama intangible, el suelo inexistente, el cuerpo de ella, casi gelatinoso, como artificial. Todo parecía disolverse en el aire, justo cuando él quiso besarla.
Se alejó, tratando de reparar la vorágine, aterrado por lo que estaba pasando, pero el aire se había vuelto más denso a medida que todo el resto de cosas habían perdido su densidad, hasta ocupar todo el espacio, un espacio inexistente y vacío en el que él estaba flotando, en medio de la más absoluta negrura. Sintió que su cuerpo se hacía intangible para estar de repente rodeado de la mayor calma imaginable, tumbado.
Sintió que no podía evitar el llanto que le sobrevenía a los ojos y se abandonó a él, descompuesto por no haberse dado cuenta, otra vez, de lo mismo. Una y otra vez, noche tras noche, lo mismo que le había ocurrido tantas veces y le volvería a pasar antes de que se diese cuenta.
Era imposible que estuvieran juntos, porque de estar a su lado todos los días, el paraíso sería un sitio inútil.
Abrió los ojos, sintiendo las lágrimas correr por sus mejillas, de nuevo sin poder contenerlas y sin querer hacer nada por evitarlo.

No comments:

Post a Comment