Wednesday, March 20, 2013

Carta sin remite

"Vísteme con una camisa de fuerza o me tendrás que matar
camino loco de atar, deliro"  Momo

Querido y excelentísimo señor:
Temo haber caído en los delirios que usted vaticinó para mi encierro, pues los mensajes que se acuden a las paredes son demasiado frecuentes, diríase incluso que permanentes. No quiera el señor que tal predicción que vuestra merced hizo se cumpla antes de lo debido, como tal parece que está ocurriendo, cuando las cosas comenzaban a asentarse.
Hace tan sólo unas horas tuve que lidiar con la segunda revuelta de los jarrones, que ajenos a las leyes de la naturaleza, comenzaron a brotar flores por doquier, inundando el pasillo y llenando de su intensa fragancia toda la casa, dejando mis pobres cartas por enviar perfumadas, como si de epístolas románticas enviadas por una doncella se tratase.
Créame caballero si le digo que la locura quiere ahondar en mis líneas mientras mi pluma se debate por mantener la cordura, pero las cosas parecen estar dadas la vuelta. Oigo y veo por la ventana como bulle la actividad por la noche, como la gente marcha a trabajar y hace su vida al amparo de las oscuras calles, mientras de día todo queda desierto, desamparado, como si un toque de queda se hubiera impuesto. Sólo los amantes fugitivos, que se saben a salvo de miradas indiscretas, toman los caminos mientras el sol ilumina sus pasos.
¡Ay, quién supiera dedicarle versos, como si de la luna se tratase, al sol que cada día nos iluminaba!
Pero no, mi apreciado amigo, temo que cada uno de ellos tuvo su tiempo y su correspondencia y yo me hallo en la orilla de ambos sentidos, en una sensación de pérdida, como si de un náufrago me tratase, atrapado en mi piso mientras las olas de la actividad diaria de la ciudad sacuden los cimientos de lo que yo tomaba por cierto y verdadero.
Quizá sea que toda la ciudad tomó por mentira mis más sinceras verdades, cada canción y poema, cada pequeño fragmento de novela que a ella dediqué, imaginando que andaba por sus calles mientras me quedaba aquí, en mi escritorio, viviendo un mundo que imaginaba.
Seguramente, esto sea lo último que escriba, pues las alfombras han comenzado a rebelarse también, empezando por ocupar el techo y extenderse por toda la superficie que antes fuera yeso pintado. Temo que decidan comenzar a crecer como hicieron las flores de los jarrones y me asfixie, pero más temo que la cocina vuelva  a ponerse a guisar sola, como ya hizo anteayer, o que la chimenea comience a calentar mientras yo tengo frío en mi habitación.
Quién sabe, quizá lo próximo sea que mis ventanas comiencen a traerme las palomas mensajeras que tanto desearía tener en casa. Si es así, no se asuste usted de que le llegue la presente carta por medio de una de ellas, casualidades pueden darse siempre.
En fin, caballero, esta carta es sencillamente una despedida a falta de una posterior conclusión, si acaso no la concibe usted como tal, aguardo su respuesta, ya que todas sus cartas decidieron quedarse en blanco y desaparecer, por lo que no dispongo apenas de más información de usted que la que en mi memoria mantengo, de la que, he de decir, no confío demasiado.
Cuide usted de la memoria que de mí tuvo, pues es lo más bello que puedo dejarle y espero que mis anteriores palabras no le confundan ni le induzcan a error.
Yo siempre amé esta ciudad, aunque no pudiera vivir en ella.

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