Nunca supo por qué apostaba, pero siempre tuvo la suerte de ganar.
La costumbre a la victoria le hizo pensar que era lo normal y su primera derrota le hizo dejar de apostar.
Hasta que un día, en la misma ruleta, con los mismos jugadores, la misma bola que lanzar, decidió volver a apostar.
Como un nuevo intento de reconciliarse con la pelota.
Ella y él.
Y el mundo parado entre tanto.
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