Tuesday, February 14, 2012

Nota de suicidio

Llegué a la casa y no pude evitar reparar en que allí, donde normalmente colgaba mi lámpara del salón, aquella que compré en un viaje a Venecia en la isla de Murano, había un bulto que no iluminaba. Es más, parecía absorber la luz y hacer que todo lo que la rodeaba fuese negro como el carbón y oscuro como una mina subterránea que nunca acabase. Ese bulto tenía la forma de un cuerpo que colgaba de una cuerda de escalar, idéntica a la que yo guardaba en mi habitación, aunque fuese para amarrar a alguien a la cama y no al techo. La impresión me impidió reaccionar al principio, pues no podía figurarme qué hacía allí aquello ni cómo podía haber llegado.
Cuando por fin pude caminar hacia la figura inerte, todo mi cuerpo se quedó paralizado, la figura estaba girando y pude distinguir que llevaba mi traje favorito, mi corbata roja, mis zapatos heredados y lo peor de todo... mi cara.
Yo estaba ahí mirándome desde un metro por encima con la mirada perdida que le corresponde a alguien que ya está muerto, con la cara amoratada de no tener aire, lágrimas congeladas sobre las mejillas y un papel agarrado en la mano derecha, que lo agarraba como si fuera el culpable de la situación de mi cuerpo.
Tras la impresión, cuando recuperé la movilidad, lo primero en que pensé fue en el sobre que tenía en la mano. Me encantaba escribirme cartas a mí mismo para no olvidarme nunca de quién quería ser o quién pretendía ser, para no olvidarme de mí mismo en mi eterna búsqueda de acordarme de alguien.
Me senté en el sofá, aún con ese personaje en medio del salón y me puse a leer mi carta, su carta, la carta de quién fuese, en la que reconocí mi caligrafía, fea y desordenada:


Que sea el día que sea, quiero huir, desaparecer, no estar aquí, por demasiado buenos que seáis tantas y tantas veces, por más veces que me demuestren que son mejores de lo que merezco, que soy demasiado poco para lo que una y otra vez me dije que sería, que soy una de esas personas que quiere todo, que quiere ser algo que sabe que no va a llegar a ser, aunque todos parezcáis convencidos de que sí que llegaré a hacer algo de lo que sentirme orgulloso a pesar de que nunca he demostrado nada que diga que eso ocurrirá.
Todos sabemos lo propensa que es la gente como yo a acabar así, porque queremos demasiado, no tenemos nada, no aspiramos más que ser los mejores sin hacer nada por ellos porque no sabemos cómo... 
Si aguanté tanto tiempo era porque había gente al lado que no se merecía tener que dejar de verme, tener que dejar de soportarme tan a gusto como parece que lo hacían, porque creo que merecíais que yo hiciese ese eterno y titánico esfuerzo por seguir con vosotros un día más, cada día.
No sé, ni creo que supiese nunca qué quería hacer, aparte de dejar de depender de vuestras risas, vuestros aplausos, vuestras sonrisas, vuestros cumplidos que nunca me creí. Dejar de depender de ellos, porque alimentarme de la felicidad de los demás es morir de hambre casi cada día un poco más.
Tal vez el problema no fuese ése, y fuese no saber nunca qué quería, a quién amar, de quien enamorarme, quién me amaba y quién no, fuese echarla de menos tantas veces y de más tantas otras, necesitar abrazarla y besarla o necesitarla lejos para no pensar.
Me sigo preguntando si esta carta es necesaria, si es necesario que sea tan ostentoso y tan horriblemente expuesto el hecho de que no lo aguantaba más, con todo y con todos apoyándome.
Siento como si mi cuerpo flotase, tratando de separarse de mí, suponiendo que no fuésemos lo mismo desde siempre. Lo cierto es que se le coge cariño, son muchos años juntos al fin y al cabo, pero a veces lo he detestado, como cuando quería volar y su peso me lo impedía, o cuando quise subir tantas cimas que se resistían al tamaño insignificante de mis brazos y mis piernas.
Odio caer en tópicos, y tú eres el que mejor lo sabes, pero si estás leyendo esto, es porque me has encontrado muerto en el salón o algún policía forense ha olvidado recogerlo de la escena del crimen, si es que acaso lo fue.
Nadie creerá que estoy muerto, mientras tú, querido cuerpo sigues paseándote por ahí, por fin despojada de mí, de lo que te falta de esencia humana. Si hoy sobreviviste en el trabajo nadie se habrá dado cuenta de que te falto y podrás sobrevivir un poco más, si es que quieres aún.
Ha sido mucho trabajo encontrar la forma de hacer que te puedas quedar, pero no seré yo el que te quite el derecho a irte, porque no creo tener ningún derecho de decirte algo así.
No sé si nos volveremos a ver, nadie habla de los cuerpos que se quedan, aunque todos dicen que el alma es inmortal y se va al cielo o al infierno. 
Espero que sea mentira, sobre todo lo de ser inmortal, ya no quiero ir a ningún sitio, estoy cansado de viajar.
No te pido que me entiendas, pero sí que lo soportes, porque posiblemente no te queda otra.
                                                             
                                                                                                       Cuídate, si es que sabes cómo.








A cada línea que leía una lágrima resbalaba por mi mejilla, como sabía que habría ocurrido con mi alma al escribirla.
No sabía qué hacer, ni cómo se entierra un alma, qué hay que hacer para que esté donde merece, en un descanso de paz...
Y me puse a llorar por haber sido un impedimento, me puse a llorar por cada momento que no aprecié tener un alma y me di cuenta de que sin pensar, había cogido un bolígrafo y estaba comenzando a rasgar el papel con él.
Cuando quise leer los trazos, me di cuenta de que éstos me decían:
Aunque no tengas alma, tus lágrimas dicen que sigues teniendo corazón.
Y una sonrisa, rodeada de lágrimas, me inundó la cara según sentía a mi pecho arder y veía cómo el cuerpo que colgaba del salón se hacía cenizas, cayendo suavemente por la habitación, llenándolo todo de fino polvo negro, que yo respiraba sin querer, sin darme cuenta, sin toser.
Me recosté hacia atrás en el sillón y miré hacia el techo que no podía ver por la ceniza del ambiente.
Con un último suspiro, ahora mismo, en la misma postura, me dejo caer, mientras las palabras se deslizan suavemente a través de mí para decir una última:
Adiós






Ah, y sí, feliz San Valentín.

1 comment:

  1. Pablo, eres ...ay, Dios mío, no sé cómo expresarlo. Es simplemente sublime, me ha llegado muy adentro.

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