Sunday, February 5, 2012

Pero sólo por ser tú.

Mientras miro tus ojos azules, me imagino en lo profundo que debe de ser caer en el cielo que se deja de adivinar en ellos cuando los cierras para dejar de mirarme.
Sueles hacerlo cuando te digo que te quiero, o cuando te miro fijamente, como queriendo decirte tantas y tantas cosas que prefieres adivinar, aunque te guste oírlas salir de mis labios, que miras cuando hablo como si revelasen la verdad más absoluta que haya por ver.
Cuando te desvisto con la mirada, giras la cabeza, dejando que tus rizos tapen tu cara, mientras la pálida piel de tus hombros sale a la luz durante un par de segundos, dejando que una mirada mía los acaricie como si fuese el último momento en que vaya a poder hacerlo.
Si te agarro la mano, me devuelves un apretón de complicidad, presionando mis dedos un por uno, con tus finísimos dedos de pianista en ciernes sin conocimiento alguno sobre música, aparte de tu capacidad de cantarme una nana mientras mantienes mi mirada, con el verde de tus ojos estrellándose contra mi imaginación de libertad en ellos.
Dejando resbalar mis manos por tu espalda, tratando de cartografiar cada milímetro de tu piel morena, cada músculo que tensarás cuando acabemos tumbados otra vez sobre un colchón, cada vez uno diferente, como cada gemido que harás que me estremezca.
Cada vez que quiero besar tu cuello, delgado y alto, como el de un cisne que quisiera tocar el cielo, me encuentro perdido entre la inmensidad de la fuerza de tu respiración, terriblemente cerca de mi oído, demasiado fuerte como para decir que no estás comenzando a tensarte.
Según me empujas hacia la cama, siento cómo caigo y me dejo caer, mareado por tener cada gramo de mi carne pendiente de tu cuerpo al que le sobra toda esa ropa que tan bien te disimulaba el cuerpo, que acabas de empezar a dejar descubrir, aunque no te guste que te lo mire si salimos de la cama.
Noto tu pelo liso cayendo sobre mi cara mientras me muerdes el cuello, me besas y me dejo elevar un poco más cerca del infinito mientras me olvido de que existimos en este mundo y no en otro diferente.
Según me empiezas a robar la ropa para tirarla al suelo noto como me tiemblan las piernas casi tanto como a ti los brazos, que empiezas a no poder controlar conscientemente.
Me arañas la espalda, con tus uñas casi tan largas como la duración de un orgasmo que parece no querer acabar mientras mi peso siga cayendo sobre el tuyo o al revés.
Cierras tus ojos, oscuros como pozos que llevan al infinito, cerrando las puertas del paraíso a todos los mortales que no pudieron mirar a tiempo en la profundidad de una mirada tuya, que me hace viajar hasta la otra punta del mundo con cada respiración agitada que me haces al oído.
Todos los lunares sobre tu piel parecen estar reclamando que los bese cuando sueltas un gemido que no sabes acabar, o que no te dejo callar.
Rompiendo la monotonía, siento como tu cuello, casi tan grueso como el mío se tensa hacia mí, mordiéndome la oreja y tirando hacia ti, reclamando que te bese, que muerda tus labios, delgados como una línea que define lo que es amistad y lo que es amor.
Agarras las sábanas, la cama, mi espalda, lo que sea que te permita no huir de este mundo y te mantenga en él mientras viajas y desapareces de todo lo que nos rodea, sincronizando un segundo de perfección en nuestras vidas.
Las ondulaciones de tu pelo están enredadas, descolocadas de golpearse contra la almohada y el colchón, de no saber cómo ordenarse para no parecer tan caóticos.
Y me miras con tus ojos de color miel, como diciéndome que querrías pasar así una tarde y otra conmigo, o tumbados sobre el sillón rojo de mi sótano, mientras te acaricio la espalda y te beso el cuello.
Y mientras lo hago, me sorprendo de el perfecto color de tu espalda, demasiado claro para llamarse moreno y demasiado oscuro para ser pálido, que no puedo dejar de querer acariciar como si fuese a escapar.
Me acaricias el pecho, mientras me miras y me besas con tus labios carnosos, como si pudiesen comerse el mundo o mis ganas de seguir en él.
No puedo resistir estar en perfecta sintonía contigo, en sentir que he tenido demasiada suerte en acertar al tratar de seducirte como para que de verdad hayas caído en las redes de mi estupidez.
Y tu larguísimo pelo me confunde, me dice que no eres tú, que no soy yo, que esto es todo mentira, porque no puede ser tan bueno y ser real, al menos no tanto tiempo.
Me acaricias con los dedos el cuello, mientras noto que tienes la piel gastada en las yemas de haberte mordido las uñas demasiado, de haberte puesto nerviosa tantas veces.
Y me sorprendo al abrir los ojos y descubrir que no te pareces en nada a ti.
Que respiras calma hasta que te muerden el cuello y que no te puedo tocar la pierna sin ver en tus ojos un atisbo de nerviosismo.
Te miro y recuerdo que ibas vestida enseñando casi demasiado, pero lo justo para que quisiese quitarte todo a mordiscos, o intentarlo, aunque mi éxito sea previsiblemente bajo.
Si no sé qué quiero, me lo aclaras con un simple "fóllame" eliminando toda posible duda al respecto.
Y me descubro pensando que es justo lo que quiero.

Pero sólo por ser tú.

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