Tuesday, December 27, 2011

Tan pronto como me dijo que ya era tarde me puse en marcha

Y por supuesto la respuesta nunca llegó.

Las llaves del coche parecían mirar desde el bol que había junto a la puerta, mientras la dudosa luz de la chimenea a medio apagar coqueteaba con la superficie metálica y brillante de el pomo de la puerta, de las llaves y del espejo, que reflejaba a ese desconocido con quien me despertaba cada mañana. Ese que me gritaba que cuando las prisas eran inútiles, lo mejor era correr. Y ni siquiera él quería seguir sus consejos, pero lo hacía.
Con todos los pesares del mundo sobre la espalda, con esa carga insondable y sin alivio posible sobre los hombros, que me hundía cada vez un poco más en mí mismo.
No recordaba la última cerveza acompañado.
Ni la última cena que no fuese de comida precocinada y recalentada una y mil veces.

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