Thursday, December 22, 2011

Sólo para mentes inquietantes

Podríamos decir que todo empieza, pero vamos a darle la vuelta y diremos que todo termina contigo. Si, contigo, ahí delante de una pantalla de ordenador, o tal vez delante de esto mismo pero en un papel. Todo termina cuando algo nuevo empieza. Posiblemente un escalofrío recorra tu espalda. Te sientes insegura sobre si esto te está dirigido a ti, o sencillamente a cualquier otra que pase por delante y cometa la atrocidad o la insensatez de leerlo.
Detrás de ti, o detrás de este mismo texto, el mundo sigue, nada ha cambiado aparte de, posiblemente tu impresión sobre esto. Seguramente te esperases algo diferente, pero ahora sabes que sólo con el título deberías haber sospechado que no podía ser una historia normal, ni un cuento como todos los otros.
Mientras el mundo sigue en ese incesante traqueteo imperceptible, una mínima sonrisa aflora en tus labios, mientras te planteas qué será lo que hay un poco más adelante de estas líneas.
Pongamos por caso ahora que nada de lo que estás leyendo es real, pero también vamos a suponer que nada de lo que eres es real, por lo que tanto estas letras como la vida que creías haber llevado hasta ahora tienen el mismo nivel de credibilidad y de sentido. Lejos de sentir el profundo desasosiego que debería causarte semejante conclusión, que se puede calificar, cuando menos, de arrolladoramente destructiva con lo que era, hasta ahora, lo único de que teníamos certeza de ser cierto, sientes una especie de sensación de familiaridad, de no ser la primera vez que una idea como esta cruza fugazmente tu cabeza.
Nada es real y es por eso que una persona exactamente igual a ti, pero no tú, por motivos que comprenderás enseguida, levanta la vista.
Y se fija en el horizonte más allá de los confines de estos míseros folios, o de la luz de esta pantalla de ordenador, recluyendo ambas la ensoñación de leer.
Una silueta se dibuja ante tus ojos en el horizonte, como saludando, mientras dejas de lado todas estas hojas, mientras sientas durante un lapso, que podría variar de un segundo a toda la eternidad, este escrito.
Sentando de todo menos la cabeza, das un paso, inconscientemente, hasta que tratas de recordar las instrucciones precisas para hacerlo, momento en que tus piernas se bloquean, a la vez que ves como la silueta del horizonte hace un amago de risa, sin sonido alguno.
Haciendo el mayor acopio de valentía, concentración y fuerza al que te has visto obligada en mucho tiempo, te centras en pensar en cada uno de los músculos que permiten el movimiento del tronco inferior del cuerpo y el levantamiento directo de los apéndices finales de las piernas, a las que habitualmente llamamos pies.
Un paso tras otro, consigues mecanizarlos lo suficiente como para mantener un andar decidido hacia la figura, que te resulta desconocida, pero por alguna razón, atractiva, necesariamente un punto al que llegar, sin saber qué habrá tras ella.
La silueta lleva mucho tiempo quieta, pero no parece que consigas acercarte, aunque sus rasgos se perfilen un poco más, pasando de un negro absoluto a una escala de grises, difusa aún.
Sin saber muy bien por qué, miras hacia atrás, como queriendo confirmar que has dejado unos pasos tras de ti, que efectivamente hay un camino recorrido, que hay algo que recuerdas que ha sido un aprendizaje para llegar a algún sitio, aunque no sepas quién está ahí, ni dónde.
Toda la nada que te rodeaba empieza a ser absorbida por la luz de un luminoso amanecer, colándose entre las rendijas de una persiana, mientras te ves a ti misma en la cama.
Tu en la cama miras casi con recelo a ti de pie, que se mueve decidida sin saber a donde, pero tu en la cama lo único que piensa es que acaba de terminar y que ahora es cuando el sol te recibe para poder darte las buenas noches que no te puedo dar yo.
Tu en la cama cierra los ojos, al mismo ritmo en que el amanecer desaparece, dejando sólo los resquicios de luz sobre el polvo del aire, que dejan la estela de tus pasos marcada tras de ti, invitándote a no olvidarlos aunque la luz se disuelva cada día un poco.
Giras la cabeza, mientras estas palabras te casi caen encima, sonriendo, dentro y fuera de esa nada a la vez.
Demasiados símiles sencillos dejan que todo este relato sea nada, pero la silueta del horizonte, que ya empieza a ser posible denominar casi figura, sigue ahí, a punto de hacerte un gesto de invitación a seguirla en un camino que no está andando.
Sigues andando, pero te sientes como si en realidad estuvieses sentada, en una combinación imposible de estaticidad y movimiento sincronizados, a la vez que tus dedos se mueven en algo parecido a espasmos controlados y dirigidos con precisión sobre algo que no percibes en realidad.
Te ves de nuevo, esta vez sentada ante una luz incierta, que no indica nada en concreto, pero que parpadea y se mueve, creando unas siluetas titilantes sobre el suelo inexistente, aún perlado de las huellas que persisten en quedarse a lo largo de todo el camino.
Tu sentada delante del ordenador, mirando por encima de la pantalla, imaginando un paisaje que se resiste a llegar, pero que sabes que tiene la certeza de que está ahí. No sabes cómo, pero sabes los pensamientos de tu otro tu, de esa figura que es tu aunque no lo sea.
La imposibilidad onírica sigue marcándote el camino cuando la figura grisácea ya se ha convertido en una proyección en blanco y negro de un hombre, sobre la nada, que hace desaparecer esa tu que estaba frente al ordenador, a la vez que toda la escena pierde una ligera intensidad de luz, como si cientos de lámparas de baja potencia hubieran sido apagadas.
Esa persona que sigues sin reconocer aún está lejos, pero te tiende un sobre, que no puedes alcanzar, pero tienes en las manos, completamente blanco, con una pegatina que lo cierra, que dice: "No lo abras aún... Espera a que algo te lo diga". Con la certeza de que ese algo es el hecho de que halla llegado a tus manos inexplicablemente, lo abres. El sobre contiene un papel, que al principio parece blanco, pero que en seguida dilucidas que has escrito tú, aunque tu jamás hayas plasmado semejantes cosas sobre un papel.
Leerlo al principio te confunde, pero cuando te has hecho con el sistema de escritura, parece bastante lógico, aunque esa no sea la palabra que en realidad lo define.
Dejas la carta de lado, apoyada junto a esos papeles que estabas leyendo antes, es decir, junto a estos papeles, en realidad, tal como llegaron a ti.
Miras hacia delante, convencida de que hay un camino marcado por el que caminar, pero no ves más que bifurcaciones y esa misteriosa presencia, que parecía recordar al gato de Alicia en el país de las maravillas, ya no está para guiarte, aunque no te queda claro que lo haya hecho en algún momento.
Miras hacia atrás para cerciorarte de que no estás perdida y te das cuenta de que todas esas huellas que dejaste sobre el suelo se han difuminado lo suficiente para no saber distinguir cuales son del pie izquierdo y cuales del derecho.
Al principio no reparas en ello, pero cuando lo haces, te das cuenta de lo exageradamente improbable que es tu camino, la enorme cantidad de bifurcaciones, cambios, curvas, vaivenes y giros inesperados que ha tenido el camino que hasta aquí llevas recorrido.
Inconscientemente quieres desandarlo, confirmar tus sospechas sobre tantas cosas que quisiste y no te atreviste, cosas que hiciste sin querer, cosas que no deberías haber hecho... Pero tus pies te impiden moverte lo más mínimo hacia atrás y posiblemente, también tu conciencia.
Te niegas a arrepentirte de nada de lo que hayas podido hacer y te das cuenta de la cantidad de veces que en tu camino está escrito "perdón" en lugar de que haya un giro que pretenda cambiar lo hecho.
Y sonríes, conforme con la situación, alegre contigo misma por saber que has dado esa opinión, que es la que quieres dar, porque es como te quieres ver.
Y te das cuenta de que no puedes verte, quizás porque tampoco estás ahí, ni en ningún otro sitio.
El camino que has andado, que se ha dejado recorrer bajo la suave caricia de tus pasos, te mira expectante, dispuesto a acompañarte en un nuevo paso hacia la aventura de la incertidumbre de vivir.
En un segundo, te das cuenta de la cantidad de gente que hay recorriendo sus respectivos caminos, todos ellos buscando a esa silueta que recuerdan haber visto, cuando en realidad nunca existió, para ninguno.
El recuerdo tan traicionero de que el camino es corto de repente se ve eclipsado por las enormes montañas que te obliga a escalar, o más bien, que te invita a ello. Desde la cima puedes apreciar con absoluta nitidez la perfección imperfecta de lo que tus pasos han creado.
Una cordillera de recuerdos, de sentimientos, momentos que han marcado tu existencia... y los momentos que no lo hicieron están ahí, al fondo del valle, junto a los momentos que te inspiraron dolor, que dan paso al pie de la montaña.
Cerrando por un segundo los ojos, te descubres a ti misma, seguramente sentada, con los folios que al principio dejaste de lado en la mano, seguramente sonriendo.
Y lees una frase, que te parece tan tonta y tan cursi, que te llega a gustar:
"Espero que te guste el regalo atrasado por todos esos cumpleaños en que no te conocía"
Y en la mano tienes el sobre blanco, con la pegatina seguramente rota, como recuerdo de un viaje que nunca ocurrió y que, de haber ocurrido, se habría tropezado con una piedra insistente.
Una piedra con un "te quiero" dorado escrito sobre ella, a falta de palabras que pudieran expresarse mejor.

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