Saturday, April 14, 2012

Historia de cómo perder un nombre


Verá usted, hay noches de agosto, que como son muy cortas, hay que hacerlas muy intensas, porque no tenemos tiempo que perder, antes de que el sol inquisidor llegue y nos tengamos que refugiar en una sombra para poder vivir. Una noche cualquiera de cualquier año, cualquier persona puede abrir una botella, reír de felicidad, bailar alrededor de un fuego en medio de la nada, desnudarse, hacer el amor con una desconocida y decirle Muñeca me gustas, me gustan tus curvas y me gusta tu sabor a Ron, tu olor a sudor y folles con desconocidos hasta que una noche se confunde con la siguiente y las horas de sol parecen haberse olvidado de salir de la casa de las estrellas.
Y cuando pasas varias noches seguidas así, alguna la tienes que pasar solo y no tienes nadie a quién hacerle el amor, nadie con quien reír, nadie a quien decirle, mi nombre es Perdedor, no he ganado nada más que kilos y años en mi vida y ni siquiera eso, nadie que baile contigo, nadie que encienda el fuego cuando tú te caes rendido, así que hablas con las botellas, como los astrónomos hablan con las estrellas, pero con más intimidad. Entonces te das cuenta de que también las noches pasan una detrás de otra cuando estás solo, que no eres nadie para le mundo y no va a dejar de girar por ti, así que le das otro trago a la botella y le dices Tú si que me quieres verdad cariño, y vuelves a mojar tus labios de ron, tus pulmones de tabaco, vuelves a toser, y ves a tu mejor amigo reflejado en el fondo de la botella. Y claro es de mala educación no presentarse, así que le dices tu nombre, Hola me llamo Perdedor, y de repente te das cuenta de que el que realmente se llama así es el del fondo de la botella, de una botella que sabe robar nombres pero no sabe devolverlos, porque esa botella huele a desesperación y a soledad, a sábados lluviosos y a espuma de cerveza seca. Así que te das cuenta de que no tienes nombre. Y como no tienes nombre, puedes hacer lo que quieras, porque no eres nadie, así que robas más ron, para que el del fondo de la botella te diga como se llama y así quedarte con su nombre.
Hasta que despiertas en un hospital, lleno de sangre y cicatrices y te das cuenta del desecho que eres y no sabes cómo has acabado ahí, ni cómo volver, ni cómo te llamas y nadie sabe quién eres, así que te echan a la calle con un adiós frío, dejando atrás el olor a vendas, a frío, a ayuda.
Y huyes.
Y así acabas en un bar encontrando tu nuevo nombre, sonriendo a alguien que no conoces y contando cómo perdiste tu vida y tu nombre.

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