Tuesday, August 2, 2011

Me debes un paseo por Madrid

Las mañanas casi nunca clareaban desde las ventanas más bajas del bloque. Hay mañanas en que no llega a dar el sol nunca, de hecho, hace ya varios años que nadie se digna a poner una triste maceta en el balcón para luchar contra la segura defunción de las plantas que en ella se hallase.
Y ahí fue que despertó ella. Un día cualquiera, pongamos que uno de esos en los que imaginas que no va a haber baches, que todo el camino parece cuesta abajo, pero sin temor a una caída.
Se levantó como tantas otras mañanas, sin ganas, pensando en acabar con la rutina lo antes posible, antes de que la rutina acabase con ella.
-¡Alma! ¡Vas a llegar tarde!
El mismo grito de todas las mañanas fue lo primero que escuchó, teniendo la absoluta certeza de que lo que su madre acababa de afirmar era completamente erróneo, como todas las mañanas.
Era escrupulosamente puntual, porque odiaba que la hiciesen esperar, su tiempo no estaba para malgastarse y el de los demás tampoco tenía por qué estarlo. Su hermana Atenea estaba desperezándose en el pasillo con los brazos tan extendidos como podía, casi ambas paredes. Ya tenía seis años, aunque aparentase muchos más y era una niña encantadora.
Alma siempre había querido una hermana, pero sus padres no se dignaron a darle ese regalo hasta que cumplió los once años. Era difícil mantener a las dos, había que pagar el piso y aún tenían deudas pendientes. Alma nunca supo esos detalles, pero se imaginaba algo así.
Alma comenzó a correr hacia el baño, porque por mucho que quisiese a su hermana, sabía lo que tardaba en prepararse, cuando fuese una adolescente iba a ser temible.
-¡Alma! No vale, jo, ¡Estaba yo primero!
-Atenea, por Dios, que tardo un segundo-respondió Alma-, que es que tú tardas mucho y tengo prisa.
Era mentira, pero con su hermana funcionaba, aunque se pusiese de morros. Como le daba pena saber que su hermanita estaba fuera esperando a que se duchase y preparase, se dio bastante prisa en hacerlo.
Terminó rápido, desayunó casi sin ganas y salió de casa por el portal de arriba, que daba a la calle Bailén.
Ese día tenía una visita de lo más particular teniendo en cuenta su lugar de residencia, ya que iban a ir a visitar el Palacio Real y la catedral de la Almudena, que estaban a menos de doscientos metros de casa.
A ella le parecía una solemne estupidez hacer semejante visita, pero como nunca había estado, tampoco le molestó especialmente saber que iba a estar por fin en el palacio Real, aunque no le hiciese gracia la monarquía. Al fin y al cabo, la historia no se puede borrar y ese palacio era un símbolo de lo que fue España en su época.
Ya había convenido con su profesora que se encontraría con el resto de la clase en la plaza de la Almudena, que estaba entre la catedral y el palacio.
El sol se escurría entre las baldosas que conformaban el suelo de la plaza, reflejando una luz mortecina.
Allí, sentada en uno de los bancos de duro granito que parecen no querer dar la bienvenida a los visitantes, esperó a que apareciese el milagro que hiciese desaparecer el tedio del día.
Comenzaba a notar el calor sobre su piel cuando llegó el resto de la clase. Le habría gustado poder salir corriendo a saludar a algún amigo, pero era imposible. Sólo consideraba a una persona su amiga, se llamaba Nuria, pero no estaba en Madrid durante esos días.
Alma nunca se molestó especialmente en tratar de conocer a la gente de su clase, le parecía una tarea muy útil para perder el tiempo y nada más. Y su madre siempre decía que la vida es muy corta, razón de más para no desperdiciar los pocos días que tenemos que vivir.
La profesora se aseguró de que estaban todos un poco a la ligera, sin detenerse especialmente en evitar que los clásicos revoltosos de clase no estuvieran haciendo de las suyas.
Como era por la mañana temprano y no faltaba mucho para que el sol empezase a ser algo agobiante, decidieron visitar primero el palacio Real, que aún tendría una temperatura relativamente fresca durante la visita.
El palacio por dentro no era más que la casa de una nobleza malcriada, que pretendía gobernar a un pueblo al que no conocía, y ni siquiera se molestaba en intentar disimularlo. Entre las cosas más interesantes para Alma, estaba la Real Armería, en la planta baja. Era una sala enorme, llena de armaduras, tanto para adultos como para niños, algunas de ellas claramente utilizadas en batalla y otras puramente ornamentales.
Alma no podía evitar verse obligada a reprimir la risa al ver que algunas armaduras tenían dos capas de protección para la entrepierna, con una especie de coquilla metálica (algunas de tamaño exagerado seguramente) para asegurarse una descendencia.
Era inevitable sorprenderse ante la cantidad de equipos, armaduras y armas que había contenidos en la sala. Según la guía, era, junto a la de Viena, una de las mejores armerías del mundo y contenía piezas del Siglo XV en adelante, lo que a Alma le parecían una cantidad inabarcable de años.
Había una de las armaduras para caballos, que al parecer se denominaban "bardas", que tenía una posición bastante peculiar. Parecía que estuviera posando para un cuadro, mientras que las demás estaban en posiciones más naturales.
Un muchacho con barba que estaba junto a Alma la miró y ante su cara de curiosidad sobre la armadura le comentó el porqué:
-A ti también te parece que está en una postura curiosa, ¿verdad?. Resulta que esta es la armadura con la que Carlos I combatió en Mühlberg, o como se pronuncie, y con la que le retrató Tiziano en un cuadro que ahora está en el museo del Prado. Qué curioso, ¿verdad? Al parecer alguien pensó que quedaría mejor que estuviese en la misma postura que cuando hicieron el cuadro, así que ahí está.
-¿Tú también eres guía del museo o qué?-Respondió Alma, con un tono un poco más agresivo de lo que quería.
-Ya quisiera, me considero un simple enamorado de la historia, un curioso que es incapaz de callarse y que busca a alguien que escuche todas las tonterías que ha aprendido.
-Estás de suerte, -dijo Alma, con su sonrisa más encantadora- se me da genial hacer como que escucho.
-Magnífico, a mí se me da genial hacer como que digo cosas interesantes- dijo guiñándole el ojo-. Me llamo Hugo, por cierto, ¿Tú también tienes nombre o también se te da genial hacer como que no lo tienes?
Alma le miró de arriba a abajo. Sin tener del todo claro qué decir.
-Me llamo Alma. Y ninguna coñita estúpida con el nombre o vuelas por la ventana.
-Sin problemas, no suelo hacer bromas con el nombre, es de esas cosas que no elegimos, así que no está bien utilizarlos para herir a la gente.
El grupo de Alma siguió avanzando, a la espera de que la guía del museo dijese algo más interesante que lo que ese tal Hugo le estaba diciendo a Alma. Lo único que parecía haber calado ligeramente hondo en los jóvenes asistentes era que el Palacio Real de Madrid era el más grande de toda Europa Occidental, al parecer con bastante diferencia y que tenía más de tres mil cuatrocientas habitaciones, algunas de ellas más grandes que toda la casa de Alma. Ahora que también es que habían tenido tiempo de sobra, porque desde que empezaron en 1738, hasta que terminaron en 1892...Son casi 154 años de construcción del edificio. El bloque de Alma seguramente se contruyó en menos de dos.
-Hay un libro de Saramago en que un personaje tiene un nombre horrible - le dijo Hugo a Alma-, Tertuliano Máximo Afonso, vaya nombre. Y el pobre está resentido con su nombre, como es normal.
-Y no me digas más, desde que leíste el libro no has vuelto a meterte con nadie por su nombre.
-En realidad -siguió Hugo-, no fue por eso, pero digamos que empezó la cosa ahí. Por cierto, mira por este balcón. Eso de ahí son los jardines del moro, los diseñó un tal Narciso Pascual, que también es un nombre que vaya... ¿Ves que hay mucha altura hay desde aquí hasta el suelo del jardín?
-Vamos a ver, ¿Qué eres?¿La enciclopedia?
-Más o menos, el caso es que este desnivel lo utilizaban los reyes para hacer que se cayesen los toros que toreaban en esa plaza que está allí -señaló hacia la derecha-, que está entre el Palacio y los jardines de Sabatini.
Alma estaba entre agobiada por la cantidad de información y entretenida por la forma en que él la contaba. Ojalá todos los guías turísticos fuesen así.
-Oye, -dijo Alma- ¿Por qué no eres guía turísitco?
-Resulta -respondió Hugo- que mis formas de presentar las cosas no terminan de coincidir con las que piden aquí, y el hecho es que tampoco me sé las cosas con tanta claridad, sencillamente me sé muchísimos apuntes sobre todo. Pero en general, por ejemplo no te puedo decir quién hizo el palacio. Creo que fue un tal Sachetti, pero no estoy seguro.
-Y eres republicano.
-Sí, supongo que para guía de un palacio Real eso también es un impedimento. -Se mordió los labios- Pero nada, oye, que yo me lo paso genial.
-¿Cómo?¿Yendo detrás de niñas que van de excursión?-Dijo la profesora de Alma- Disculpa muchacho, pero creo que es muy joven para ti.
-No se preocupe señorita -respondió Hugo-, no pretendo nada más que amenizarle la mañana en este museo tan agradable.
La profesora miró a Hugo con cara de ligero desprecio y entornó un poco los ojos. Alma le cogió la mano de Hugo y dijo:
-A menos que ella quiera algo más ¿no?-dijo Alma
Para su edad desde luego tenía una forma de ser y de hacer las cosas completamente fuera de lo común. Hugo no pudo reprimir la risa mientras ella le hacía una sonrisa pícara.
-Si, bueno, supongo que tienes razón.
-¡Jovencita! Estás bajo mi responsabilidad y hasta entonces quiero que te comportes ¿entendido?
-Si profe, no te preocupes, que no haremos nada indebido, al menos no durante la visita del museo. ¿Puedo seguir con mi guía particular?
La profesora le miró y relajó un poco el gesto.
-Pero no os alejéis del grupo, por favor.
La profesora se fue a la parte delantera del grupo de chavales que había traído, mientras Alma y Hugo no hacían ni siquiera amago de acercarse a la piña de muchachos.
El sol pegaba fuerte a través de las ventanas mientras continuaban andando por una sala que al parecer había sido pensada para ser un salón de baile hasta que uno de los Carlos, seguramente Carlos III, dijo Hugo, la convirtió en sala de la guardia, adornada de forma un poco simple pero con muchísimos frescos en el techo, todos ellos mitológicos y relacionados con el tema de la guerra.
-Mira, ahí se supone que sale Eneas siendo recompensado por sus victorias y esa es Venus encargándole a Vulcano que le haga una armadura, creo. Vulcano es el que sale también en el cuadro de Velázquez, La fragua de Vulcano, supongo que sabes cual es.
Tras caminar un poco más, llegaron al Salón del Trono, que según Hugo, era la única sala que no había cambiado jamás de función desde que se empezó a construir el palacio.
-¿Y para qué servía durante la república?
-Fíjate, pues no es mala pregunta, la verdad es que no tengo ni idea. Pero sé que por algún lado aquí cerca hay una sala a la que llaman "La sala de Azaña" porque es donde puso su despacho cuando era presidente. Y el edificio se llamaba Palacio Nacional. Por cierto, fíjate en los espejos, que esto hay muchos guías que no lo comentan. ¿Ves que tienen como unas hojas doradas por el medio del espejo? Resulta que querían tener los espejos más grandes del mundo, pero nadie conocía técnicas para hacerlos por encima de una medida, así que cogieron los espejos más grandes posibles y pusieron encima otras dos placas, taparon las juntas entre las placas y hala, ahí tienes a los supuestos espejos más grandes del mundo.
-¿Siempre hemos sido así de cutres?
-Si, creo que sí. Pero vamos, así de cuadradas no las tiene nadie ¿eh?
Curiosidad tras curiosidad, llegaron al fin de la visita, con el sol de casi mediodía pegando en toda la cara y entraron directos a la Almudena, aunque fuese para huir un poco del calor de fuera.
La Almudena era de las catedrales más modernas que había, ya que no fue catedral hasta el año 1992 que vino el Papa. Y tenía unas vidrieras espantosas.
-Al parecer,-susurró Hugo al oído de Alma- un artista ganó un concurso para que se pusieran sus vidrieras aquí, pero al poco tiempo, Kiko Argüello, que es amigo del señor Rouco Varela, hizo estas y ¡Casualidad!, las pusieron. Vaya grupo...
En la catedral tampoco había mucho que ver, en realidad, porque había sido construida por primera vez como una capilla y luego más grande y luego derrumbada de nuevo... Y había típicas historias tontas de milagros sobre la Almudena a patadas. Se supone que encontraron una imagen de la virgen que llevaba trescientos y pico años oculta y tenía al lado dos cirios que no habían parado de arder desde que la escondieron.
Pero en eso consistían estas historias, tenían que ser cosas imposibles que pretendiesen demostrar la compensación de la fe en la tierra.
Mientras el sol seguía ascendiendo hacia el centro del cielo madrileño y el grupo descendía por la escasa escalinata de la catedral, Hugo desapareció del lado de Alma.
Ella miró confundida alrededor. ¿Cuándo se había marchado? Había estado todo el rato a su lado, era imposible que no se hubiera dado cuenta. De hecho, hacía un momento estaban dándose la mano.
Miró alrededor y de repente se dio cuenta de que al darle la mano, él le había dejado un pequeño papelito  en ella.
"Busca las mejores vistas de Madrid, aunque no se vea nada"
Pues menudo mensaje. Este muchacho se habría pensado que lo mismo la realidad era como en las películas o en las novelas, que ella no iba a estar adivinando tonterías. Y menos semejante acertijo, porque vamos, que podía ser cualquier lado. Miró el papel por el otro lado.
"Vale, puede ser cualquier lado, ve hacia el viaducto"
Lo que hay que ver. O la conocía demasiado en muy poco tiempo, o de verdad se daba cuenta de que es imposible que alguien adivine estas cosas así.
Alma vio a su grupo subir por la calle Mayor y aprovechó para enfilar por el Viaducto antes de que su profesora la echase de menos.

Allí, en medio del viaducto, mirando al infinito a través de los cristales que habían puesto a los laterales, estaba Hugo, tal vez esperándola o a lo mejor sólo pensando en algo.
-Todo el mundo le llama Viaducto y punto,-dijo Hugo- pero en realidad se llama el Viaducto de Segovia, porque pasa por encima de Vía de Segovia, que es esta que pasa por aquí abajo ¿sabes?
-Hombre, vivo ahí, -dijo Alma señalando su bloque- sé que esa de ahí es la Vía de Segovia, pero no sabía lo del nombre del Viaducto. ¿Sabes que los cristales están para evitar suicidios?
-No me extraña, si me suicidase, yo también lo haría desde aquí. Y eso que 23 metros de altura no son tantos.
Se quedaron los dos observando la vista que había del Oeste de Madrid desde allí y Hugo le comentó que en una de las obras de reconstrucción del viaducto tuvieron que derruir de nuevo la Almudena.
-Además, el diseño actual -dijo Hugo- tuvo lugar durante la segunda República, que se abrió un concurso y tal... Tuvo que ser restaurado después de la guerra civil, pero aquí sigue. Imagínate la de cosas que habrá visto.
Alma no sabía que pensar, ni si ponerse tan profunda como él, así que no dijo nada. Esperaba una nueva sorpresa por parte de él.
Y efectivamente, la consiguió. Hugo le tendió la mano y le guiñó un ojo. Ella le cogió la mano y se dejo llevar por la calle Bailén hasta la Real Basílica de San Francisco el Grande, tal y como la presentó Hugo.  Alma la había visto muchas veces, pero nunca había sabido el nombre ni se había interesado especialmente por ello.
-Seguramente no lo supieses, pero este templo en principio lo iba a diseñar Ventura Rodríguez, el de la parada de metro, -dijo Hugo- pero al final lo hizo otro, no sé porqué. Pero vamos, que a diseñar se metió todo cristo, porque la fachada y las torres son de Sabatini, que es también el que hizo los jardines de al lado del palacio Real.
Hugo invitó a Alma a entrar, aclarando que en realidad era sólo por la cúpula y por el cuadro de Goya que había en la capilla de San Antonio, que era una de las laterales. Al entrar, Alma se quedó mirando la basílica impresionada por todo lo que sabía Hugo y por la inmensa cúpula. Era de las cúpulas más grandes que había visto en su vida, y eso que había estado en la catedral de Florencia.
-Resulta que ésta es la tercera cúpula de planta circular más grande que ha creado la cristiandad. -dijo Hugo- Lo de planta circular significa que....
-Ya sé, que las paredes de debajo -dijo Alma señalando las paredes de la basílica- tienen forma circular en lugar de cuadrada. La de la basílica de Santa Sofía, por ejemplo, es de planta cuadrada,¿verdad?
-Exacto. Vaya, no pensaba que lo supieses. Ese tipo de cosas, como se consideran inútiles, no se las sabe ni dios.
La Basílica era impresionante, especialmente los frescos que había en el inmenso domo de la cúpula y lo sobrecargardo de las pinturas de la capilla mayor.
 Cuando entraron en la capilla de San Bernardino, en la que estaba el lienzo de Goya que decía Hugo, Alma se llevó una pequeña sorpresa. Ella nunca habría dicho que semejante pintura fuera de Goya, no se parecía prácticamente nada a su estilo habitual. Hugo explicó que era de la época en la que Goya se dedicaba principalmente a tapices y a pinturas religiosas, antes sufrir una grave enfermedad que al parecer fue lo que llevó a hacer una pintura más personal, que es la que pasó a la historia.
-No hay mucho más que ver, vámonos. -dijo Hugo- Que hay muchísimas cosas que ver aún.
Salieron de la basílica por la puerta principal, que estaba ligeramente curvada, algo en lo que no se había fijado Alma al entrar.
Mientras iban subiendo por la carrera de San Francisco, Hugo le explicó que era para que se pudiera ver desde más ángulos y parecer más grande. Siguieron subiendo hasta llegar a una plaza que se llamaba "puerta de moros".
-Vas a pensar que soy un católico obseso reprimido porque te llevo constantemente a sitios con iglesias, pero me temo que es que la historia de Madrid esta ligadísima a las religiones. Primero a la musulmana y luego a la católica.
La plaza de la Cebada, donde se sitúa el mercado de la cebada, estaba un poco más adelante, y en su momento fue el mercado central de Madrid, en donde se abastecía la práctica totalidad de la población madrileña.
-Lo que podríamos llamar particular de la plaza -comentó Hugo mientras subía las escaleras- es que aquí es donde se situaba una de las puertas de entrada a Madrid, cuando aún existía la muralla cristiana en Madrid. Y la otra cosa así interesante es esta iglesia, -señaló al edificio que colindaba con la plaza- que resulta que es la parroquia más antigua de Madrid, así a lo tonto.
-¿Esto no es la zona de la morería? -dijo Alma, tratando de hacer gala de conocimientos- de aquí para allá era el barrio de los moros, ¿verdad?
-Efectivamente, aunque la verdad es que de ese tema no sé demasiado tampoco. Lo que sí puedo decirte es que San Isidro estaba aquí enterrado, no sé si sigue. Dentro de la iglesia hay una capilla dedicada a él que tiene una reja en el suelo que marca dónde estaba enterrado.
Pasaron la plaza dejando la parroquia a la derecha. Hugo señaló una calle perpendicular y le dijo a Alma que allí había uno de los fragmentos de muralla que quedaban en exposición en Madrid.
Hugo siguió andando, pasó una plaza de tierra con unos cuantos árboles y entró a un pequeño jardín.
-Este jardín es el jardín del príncipe de Anglona, -dijo Hugo- aunque la verdad es que sé eso por el cartelito de la puerta. Decía algo de que el diseño no era el original, pero no me ha dado tiempo a leerlo. Es un sitio perfecto para tomarse un descanso, ¿a que sí? -dijo mientras se sentaba en un banco de granito
-Ahora en serio, -dijo Alma- no entiendo por qué estás haciendo todo esto. Hacerme este tour por Madrid, así sin conocerme de nada...
-En realidad conozco bastante de ti. No te asustes, no soy un espía ni nada por el estilo. -Dijo Hugo sonriendo- Es que eres un poco predecible, me temo. No es que sea nada malo, pero te delatan la mayoría de los gestos que haces, eres muy expresiva.
-Bueno, pues nada, oye. ¿Seguimos con la visita guiada o aún estás cansado?
Hugo la miró con cara de sorpresa a la vez que sonreía.
-No, si lo de descansar era por ti. Ven anda.
Salieron del jardín y terminaron de bajar la cuesta. Hugo señaló a la izquierda.
-Recuerdas el viaducto, ¿verdad? Pues ahí está.
Visto desde ahí resultaba mucho más imponente que desde arriba, con su sólida estructura de hormigón, tan similar a los puentes que se hacían en la revolución industrial.
Hugo comenzó a subir unas escaleras que había en la plaza de enfrente y comenzó a subir por una calle que dijo que se llamaba "calle del rollo". El rollo era un palo de piedra donde se torturaba a los condenados menores, normalmente a recibir latigazos.
Giró a la izquierda, entrando en una callejuela que después torcía a la derecha. El callejón llevaba a una calle más grande, a la que Hugo no parecía llamarle la atención lo más mínimo, ya que giró a la derecha y se metió por un callejón bastante pequeño al que ni si quiera iluminaba el sol. Siguieron avanzando hasta llegar a una plazuela pequeña que Hugo dijo que era la plaza de la Villa, donde antes estuvo el ayuntamiento de Madrid.
-Aquí dan conciertos a veces, creo. -dijo Alma- Y leí en el periódico que en ese edificio...
-El palacio de los Lujanes, aunque sólo quede la torre.
-Eso, lo que sea. El caso es que ahí está el no sé qué de moral y ética. No tengo muy claro qué hacen aparte de perder el tiempo, pero te sé decir que Rouco Varela es uno de los miembros de eso.
-Pues la verdad es que no lo sabía, pero si no he oído hablar de ello seguramente es porque su trabajo no será especialmente destacable. -Dijo Hugo mientras terminaba de subir la plaza y giraba a la derecha por la calle mayor- Vamos a subir por esta calle, que te quiero enseñar la plaza mayor.
-Ya conozco la plaza mayor ¿sabes?
-Ya, pero sería capaz de apostar a que sólo has ido de noche o en navidades.
Alma se mordió el labio. Le molestaba admitirlo, pero tenía razón. No recordaba haber visto esa plaza de día nunca. Mientras subían, Hugo miró a Alma a la cara y dijo:
-Bueno, yo creo que toca un descanso de verdad, así que vamos a parar a tomarnos unas tapas y una caña en el mercado de San Miguel, que está aquí al lado.
Cuando ya se veía la entrada a la plaza, Hugo giró a la derecha hacia una estructura moderna de cristal. Ese debía de ser el mercado de San Miguel. Entraron ambos dentro, agradeciendo para sus adentros el aire acondicionado y Hugo fue directo a pedir dos cañas a uno de los mostradores que había. Era curioso, porque todos los mostradores eran, por decirlo de alguna manera, temáticos. En uno sólo se servía cerveza, en otro sólo jamón, en uno pinchos variados... Hugo pidió un plato de jamón y lo llevó a una mesa que había en el centro del mercado, donde invitó a Alma a sentarse.
-Te gusta el jamón ¿verdad? -dijo Hugo mientras picaba una lámina- A todo el mundo le gusta el jamón.
-La verdad es que sí que me gusta, pero no sé qué decirte de eso de que a todo el mundo le gusta.
-A gente muy rara conoces tú, me parece a mí. El jamón le tiene que gustar a todo el mundo, si no no habrían traficado con él los cristianos durante la ocupación musulmana.
-¿En serio?-dijo Alma sorprendida
-Suena ridículo, pero sí... Bueno, a menos que quieras más jamón u otra caña, podemos seguir.
Esta vez fue Alma la que le tendió la mano a Hugo para salir de allí y dirigirse a la Plaza Mayor. Entraron por un arco que dejaba a la casa de la panadería a la izquierda, un edificio con unos frescos verdaderamente peculiares para un sitio llamado así.
-La casa de la panadería se llama así porque en su momento sirvió como fábrica de pan, por decirlo de alguna manera. En realidad, no tengo tampoco mucho que decir de ella, -dijo Hugo, llevándose una mano a la nuca- es una plaza bonita, pero la historia es un poco monótona, no hay nada especialmente destacable... Bueno, que como está en un desnivel muy grande, hay un montón de bares que tienen unos sótanos enormes debajo de la plaza, porque todo esto es absolutamente artificial, aquí antes había una cuesta...
Alma miró hacia el Arco de Cuchilleros, que ilustraba perfectamente lo que decía Hugo, con esas escaleras que parecían descender a lo más profundo de Madrid. Hugo dio un leve tirón de la mano de Alma para salir por el arco más cercano al que habían entrado, que les llevó de nuevo a la calle Mayor. Cruzaron la calle mayor y siguieron hacia delante por la calle de enfrente, que les llevó a una pequeña especie de plaza, en la que Hugo giró a la izquierda, para volver a girar a la derecha.
-Me temo que esta parte del camino tampoco es especialmente bonita, y que yo sepa no tiene mayor interés fuera del hecho de ser parte de Madrid, pero ahora llegaremos a Ópera, que sí que está muy bien.-dijo Hugo- Esta calle se llama calle de la escalinata, -indicó mientras entraban en la calle- si no me equivoco, se llama así porque esta cuesta antes era una escalinata de granito o algo así. Muy original, como puedes ver.
Tras subir la cuesta, llegaron a una plaza con suelo de granito claro muy brillante, casi molesto a los ojos. Había apenas un par de árboles que diesen sombra y un kiosko. A la izquierda quedaba un edificio también de granito, imponente y majestuoso: El Teatro Real.
-¿Ese es el Teatro Real, verdad que sí?-dijo Alma señalando el edificio
-Exacto. Este teatro, que ahora se ve tan bonito y tal, en las primeras temporadas tuvo tantas pérdidas que se tuvo que dejar en manos privadas. Y creo que los cinco o seis primeros que lo adquirieron se arruinaron, o sea que te puedes imaginar la risa que ha dado el teatro. Aún hoy en día es uno de los más caros de España.
Pasaron junto al edificio en dirección a la Plaza de Oriente.
-Van a empezar a echarte de menos, así que casi vamos a dirigirnos a tu grupo.
Cuando entraron en la plaza de Oriente, Hugo comentó que las estatuas que había allí habían sido inicialmente concebidas para estar encima del palacio, donde ahora había una especie de jarrones, pero pensaron que iba a ser demasiado barroco, así que las repartieron por parques de Madrid. Y esa era además la razón de que tuvieran tan poco detalle comparadas con otras estatuas de Madrid.
Según iba terminando Hugo la frase, vieron el grupo de Alma sentado allí cerca en el césped. Hugo le dio un beso en la mejilla.
-Lo siento muchacha, -dijo Hugo mientras se apartaba- pero creo que como me vean contigo, tu profe me decapita. Cuídate.
Alma no tenía nada claro qué decir, así que se quedó quieta, sin terminar de comprender nada del día que había tenido. Había conocido Madrid con un desconocido y sabía que no debería haberlo hecho, pero le daba igual.
Todo estaba siendo muy extraño.
-¡Alma!¿Se puede saber dónde te has metido? -gritó la profesora desde lejos- ¡Ven aquí ahora mismo!
Alma se dirigió hacia el grupo y se sentó en el césped junto a la profesora mientras ella le echaba la típica bronca cargada de razón que en el fondo nos da igual a todos. Miró a los ojos a la profesora y sin darse muy bien cuenta de cómo se sintió en una posición un poco más horizontal que antes.
Creyó reconocer en la cara de la profesora los ojos azules de su madre mientras ella le movía con los brazos.
-Alma, hija, ¡Que vas a llegar tarde al tour por Madrid! -decía su madre mientras la zarandeaba- Venga, levanta, dormilona.
Alma estaba estupefacta, no terminaba de entender nada. ¿Y Hugo? ¿Y la profesora? ¿Qué narices había pasado? Miró a su madre.
-Que sí mamá, que ya estoy despierta.
La madre la soltó y le indicó que le esperaba el desayuno en la cocina.
-Venga hija, que vais a descubrir la ciudad.
-Buf, si ya conozco Madrid.

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