Tuesday, August 2, 2011

Hasta que algo cambia

Las mañanas empiezan todas igual, hasta que algo cambia. El mundo se resiste a cambiar de rumbo y casi siempre se niega a hacerlo hasta el final, a pesar de que todo el mundo ya reme en el sentido opuesto.
Esa mañana algo, nadie sabe qué, cambió.
Su vida quiso ser la misma de antes, pero descubriendo que era imposible, trató de solucionarlo desapareciendo, aunque algo, quizá el tiempo, tal vez la suerte, se lo evitó.
Esa mañana, una canción diferente le despertó. Una canción resabida, oída una y otra vez, mascada, escuchada y recitada millones de veces. Una canción que a nadie o casi nadie despertase, que tal vez fuese tan solo un poema en el más estricto sentido de la palabra.
Y a volar. Su mente se lanzó al vacío del universo que se le plantaba delante, a la nada que imperaba sobre todo lo demás, plagando su mente de preguntas que buscaban respuestas que estaban ocultas detrás de nuevas dudas.
Una paloma absolutamente imaginaria pasó antes sus ojos y desapareció. Era imposible que hubiera ocurrido en realidad, así que Gabriel lo atribuyó a algún tipo de trastorno onírico, que seguramente fuera fruto de la inestabilidad sentimental y mental.
Gabriel, con su cara redondeada y su pelo castaño,  a pesar de ser musculoso, tenía miedo de perder.
De perder una partida, un recuerdo, un amigo, un objeto preciado, un minuto, una oportunidad... Todo era demasiado, pero todo era muy poco. Demasiado complicado y muy poco explicado. Demasiado para ser manejado y muy poco para ser disfrutado. Demasiado lleno y muy poco completo.
Gabriel no era un miedoso, ni un enamorado, ni un poeta, a pesar de que pensase como si lo fuera.
Los rayos de sol que atravesaban tímidamente desde el mes de mayo su ventana a eso de las nueve de la mañana, le parecían una fuente de inspiración tan tremebunda que nunca supo decir nada de ello, ni le pudo escribir nada.
A Gabriel le pasaba lo mismo con las mujeres. Cuando estaba enamorado escribía sin cesar sobre ella, pero cuando no, era innombrable para que no rompiese el círculo mágico que se creaba.
Estar enamorado en la mayoría de los casos, acababa siendo un problema. Y lo peor es que el primer problema surgía del propio hecho de no poder evitar estarlo.
Una melena al viento, o tal vez reposando sobre una espalda de mujer, atraían su vista como si fueran un imán visual. Unos ojos oscuros, o tal vez tan claros como el cielo en verano le conquistaban si eran capaces de mirar con sinceridad.
Así creyó conocerla, cuando en realidad, sólo pasó a saber su nombre, su tono y timbre de voz y poco más que el brillo de su pelo.

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