Thursday, October 28, 2010

Y el sol te convirtió en piedra

Quién te iba a decir que acabarías así... Tú, que dominabas la carretera y conocías cada uno de los entresijos y engranajes de tu coche. Tú, que parecías domesticar la carretera para que se moviera ella.


Todas las mañanas te despertabas con la única intención de volver a ponerte tras ese volante enfundado en cuero negro, curtido de su uso, adaptado a tus manos a base de usarlo, todas las mañanas utilizabas la excusa de que el pan estaba más rico en la panadería de Pozuelo, para poder coger el coche sin que tu mujer te dijera nada.
El coche y tú érais uno, pero no necesariamente tu coche, cualquier coche pasaba a ser una evolución de sí mismo cuando era dirigido por tí. Jamás bebiste antes de conducir, porque no pretendías permitir que fuera un coche dirigido por el alcohol el que decidiera dónde acabarías esa noche, porque era tú el que dominaba la relación hasta aquella fatídica noche.
"Si Carlos Sainz te hubiera conocido, se hubiera retirado de la carretera". Esa era una de las bromas que más frecuentemente sonaban en la casa cuando se hablaba de coches, porque además no eras de esas personas que se enciegan en los coches y parecen pretender saberse todos los modelos de coches de principio a fin y saberse todas sus características como si fueran a hacer unas oposiciones a mecánico. No, tu sabías todo sobre tu coche, sobre los coches que podrías tener algún día en tus manos y siempre fuiste realista en ese punto. Preferías marcar tu tiempo en lo que la gente denominaba "cultura general". ¡Cultura General! Tanto tú como yo estábamos hartos de que sólo se considerasen cultura general las letras, ya que las ciencias forman parte de nuestra vida, nos guste o no, pero lo que peor nos sentaba era que se llamase "general" cuando debería de ser básica.
Siempre ponías de ejemplo a esos borregos que se decían incapaces de aprenderse el funcionamiento real de un coche, o cómo cambiar tú mismo unas pastillas de freno, unos pilotos delanteros, una bujía... Pero si que se conseguían aprender de memoria todas y cada una de las alineaciones de su equipo favorito.
Eras un vividor y un conformista (recuerdo la cara que pusiste cuando te ragalaron tu Seat Ibiza), pero siempre pusiste a los demás por delante tuya.
Cuando llegó la crisis, tuvisteis que ahcer un recorte de presupuesto serio, a tu mujer le bajaron el sueldo, como a todos los funcionarios, para salir de la crisis. Nunca supimos quién salía de la crisis, si nosotros no hacíamos más que hundirnos en ella, pero os ajustasteis, la protesta no salió
adelante, y mantener la posesión de tu coche empezaba a ser dudosa.
No podias permitirte el seguro, la gasolina y las reparaciones del taller. Había dos opciones: Trabajar más, o vender el coche.
Jamás habrías aceptado que te quitaran el coche, era como parte de tí. Así que decidiste hacer horas extra, trabajar más y más, sin dejar de cumplir con tus obligacoones con tu niña, la luz de tus ojos. Seguías llevándola a clase de danza y de patinaje, que quedaban lejos de casa, así que necesitabas el coche (porque todavía era pequeña para coger el autobús), aún a costa de perder quince preciados minutos de trabajo que recuperabas después, aunque tuvieses que volver con prisa a recogerla.
La prisa, siempre ibas con prisa, a pesar de que te decíamos que no corrieras. Y fíjate, encontraste los mejores atajos para llegar, si no hubieran estado tan escondidos y si no hubiera sido porque no podías circular a tu velocidad por ellos, porque no había espacio, tú mismo lo dijiste.
¿Sabes? No sé porque te cuento ésto, si seguramente ya lo sabes (al fin y al cabo era tu vida), pero el forense dijo que lo más probables es que te quedaras dormido al volante, y eso fue lo que más hondo me tocó.
Jamás pensé que alguien como tú pudiera llegar a dormirse al volante, que pudiera dejarse embargar por los brazos de morfeo antes que por la atracción de la carretera, del monstruo que sólo tú conseguiste domar.
Estaba a punto de amanecer cuando llegué a verte, al sitio del siniestro y me sonreíste, no sé si conscientemente o sencillamente delirabas, pero sabías que era la última imagen que recordaría de tí, no podías haberme hecho un regalo mejor.
En los escasos segundos que sucedieron al amanecer del día que cumpliamos cuarenta y cinco años, nos comunicaron tu defunción.
Hoy, tras escribir todo esto, recuerdo que cuando éramos adolescentes me dijiste que no querías llegar más allá de los cuarenta y cinco, que no tenía sentido. Me pregunto si seguías pensandolo ahora.

No comments:

Post a Comment