Tuesday, October 19, 2010

Hoy sí voy a crecer

Hoy, pretendiendo escribir una historia, ha vuelto a rondarme la duda.
He vuelto a dudar si ése cuento no sería precisamente otra vez mi historia, una pequeña porción de mi vida exagerada, tal vez un sueño, una ilusión por cumplir, una utopía por alcanzar, pero algo mío al fin y al cabo.
Entonces me he dado cuenta, me he acordado de todas esas veces que pretendí ser más maduro de lo que me correspondía, de todas esas veces que sencillamente dije: "Hoy sí voy a crecer, hoy voy a ser independiente, nadie me tendrá que decir qué hacer y podré demostrarles a todos de lo que soy capaz."
La memoria me jugó una mala pasada y me recordó aquella vez que dije que no volvería a beber, inocente de mí. Y aquella vez que dije que beber en la calle entre vagabundos, copas rotas, gente que no conoces y muchachas de cualquier barrio cercano dispuestas a hacer lo que sea a cambio de que las regales unas copas de tu ron.
Creíamos tener la felicidad enfrascada en una botella, y creíamos que disponer de ella era tan sencillo como darle la vuelta al mundo, cuando en realidad a lo que le dábamos la vuelta era a la botella y a la lógica. A todos los consejos de madre, que en más de una ocasión temió por mi vida con razones de sobra para hacerlo.

Como ya digo, un día me di cuenta de que la felicidad no podía estar escondida dentro de esa botella, me dí cuenta de lo absurdo de la situación, decidí que ya era hora de aparcar los vasos, de dejar de dejar a la gente tener que salvarme de morir atropellado por un conductor con más felicidad en las venas que yo.
Empecé a odiarme.
Empecé a dejar de querer dormir, a comer demasiado, a olvidar los estudios, dejar de lado a los amigos y pensar cada vez menos en mi familia.
Un día, me dí cuenta de lo inútil del botellón, de que en esas fiestas del derroche y del suicidio hepático lo máximo que se conseguía era un coma etílico y con algo de suerte, morir para no tener que vivir con la sombra de todo el tiempo desperdiciado así, para no tener que recordar que quisiste dejar de recordar.

Y creí madurar.

Casualmente, el mismo invierno en que creí madurar, una persona muy cercana a mí resultó tener muy a menudo una casa vacía, idónea para mí reluciente carrera de coctelero sin medios y para todas esas emulaciones a la cultura árabe que hacíamos frente a una pipa de agua, riéndonos y creyendo disfrutar de la vida, de la suerte que teníamos de seguir vivos y con la promesa de mejorar todos.
El siguiente verano descubrí lo complejo que resulta madurar, lo imposible de hacerlo de un día para otro, y la necesidad de un referente maduro que sea el que te contagie de esa enfermedad que proporciona la edad en la mayoría de los casos, descubrí que dejé de ir de botellón porque hacía frío. 



SIgo esperando a ver que pasa este verano.

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