Saturday, December 18, 2010

Barra libre de sonrisas

Hace poco, él se despertaba con una sonrisa en la cara, pensando que el mundo era perfecto mientras ella se sentía morir por lo terrible de la existencia. Cada uno en su cama se preparaba para un día, el mismo día pero tan distinto.

Los dos miraron por la ventana, admirando la extensión megalomaníaca de la urbe, que se extendía ante sus ojos, bajo sus pisos. Él creyó ver cómo la ciudad se le presentaba suya ese día, cómo la metrópolis le rendía pleitesía, mientras ella se sentía devorada por la maraña de hormigon, cemento y metal que ante ella se alzaba amenazante.

La lluvia parecía lamer suavemente los contornos de los escasos rascacielos de Madrid, mientras los paraguas interferían en el recorrido gravítico que realizaban las gotas de agua, finas como las sonrisas desde el otro lado del colchón cada mañana.

Ella sentía que la masa gris anclada en el cielo estaba castigando sin una razón especialmente lógica a su ciudad, a su reducido mundo cotidiano, mientras los paraguas trataban de evitar el fatal y lógico destino de las aguas hacia el suelo, como los fármacos tratan de evitar final lógico del hombre. Pero nada importaba en realidad, los hombres mueren, las gotas caen y todo lo que empieza tiene un final.

El metro parecía una entrada al infierno, una de las bocas del Cancerbero que la tragaría, quisiera o no, que la digeriría para llevarla a otra boca, que no sería otra cosa que liberarla de una condena para llevarla a otra. La asfixiante cantidad de gente en cada vagón era infrahumana, mientras algunos viajeros se arracimaban en cada parada frente a las puertas en sus vanos intentos de conseguir un sitio. Salir en la parada que le tocaba se le presentaba como una odisea, pero si Ulises pudo, ella también, además ella habría podido afirmar que era un día con menos percances de los habituales, quién lo iba a decir.

Para él el metro se le presentaba como un bazar. Le ofrecía el intercambio del placer de la lluvia, de el desafine de cada gota cayendo en un punto diferente, por el calor acogedor que evitaba la congelación otoñal que empezaba a atenazarle. El viaje era lo de menos. La escalera parecía una peregrinación conjunta hacia las entrañas de la tierra y nadie parecía tener excesiva prisa, aunque no hubiera tampoco indicios de calma, como ocurre en las maniobras que preceden a la carga en cada batalla. Pero esa actitud cambiaba cuando se aproximaba el amezante chirrido de las ruedas metálicas sobre las vías junto al andén. Mil veces se había preguntado por qué no podían ser las ruedas de goma como en París, desprendiendo ese olor, entre agradable y pútrido, que convertía a ese metro en único. Se preparó para conseguir un buen sitio para entrar, cada día era más difícil. A la primera no hubo suerte y tuvo que esperar en la estación, acompañado de los suspiros de indignación y las quejas de todos los otros viajeros que tampoco pudieron entrar. La ley de la jungla se aplicaba también en las junglas de metal, por mucho que se hablase de civilización.
El trabajo era su pequeña maldición de cada día, pero él siempre lo veía como algo que ocupaba una pequeña porción de su día antes de poder dedicarse por entero a su mujer y a su vida real. El patrón, con su colosal barriga, que parecía querer ocultar sus pequeñas piernas, le dijo que pasase a su despacho. Hacía meses que esperaba un aumento o un ascenso. Era casi su día ideal.

Ella vió cómo la lluvia amainaba al salir, haciéndola un pasillo de alegría por el que ella quisiera salir. Todavía había una pequeña cantidad de gotas suicidas que caían de las nubes, pero su destino quedaba cercano. El trabajo era la nueva aventura del día, cada día diferente, cada día ligeramente más intenso. Las secciones de tesorería movían cantidades de dinero poco más que inmensas. Cada día prestaba varios millones de euros a otros bancos, pedía créditos, vendía acciones... Qué hubiera hecho ella con ese dinero... Se habría operado, podría haber tenido esa hija con la que siempre soñó... Pensar en lo que la pagaban con respecto a la responsabilidad que tenía la carcomía por dentro, pero sabía que en el fondo las cosas no iban a cambiar porque una trabajadora se manifestase.

O tal vez sí.

Se cruzaron en el pasillo, la sonrisa de ella al ir a pedir el aumento que se merecía se cruzó con la de él, que por fin podría comprar un coche para evitar el tiempo perdido en el metro. Sus miradas se cruzaron, y como si una chispa hubiera aparecido entre ellos, sintieron que esa persona con esa cara de felicidad que se había cruzado en el pasillo también había encontrado ese dulce pedacito de armonía interior que te puede invadir cada día. Él pensó que lo mejor era levantarse con una sonrisa en la cara y darle al mundo tu mejor perfil, mientras ella pensaba que con mirar las cosas un poco por el lado positivo es lo que pueden convertirte en una persona alegre. Aunque el prisma por el que uno mira sea diferente cada día, siempre hay cosas que pueden arrancarte una sonrisa. Y los dos tenían razón.

2 comments:

  1. tu si que eres un genio!
    es qe parece q ahora los nobels los regalan macho xD

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  2. genio de que? de aqui el unico que tiene libro eres tú eh? ;)

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