Tuesday, February 22, 2011

Un todo sin nada

Lo peor del olvido es que no te das cuenta de cuando ha llegado y nunca sabes hasta dónde te ha apuñalado.


Hay mañanas que estás convencido de que es el día en que vas a hacer eso que hace tanto tiempo que deberías haber empezado. Pero por unas cosas o por otras no las haces. Y así un día detrás de otro, hasta que esta mañana se decidió a levantarse y poner las cosas en orden. No tenía tanta vida por delante. De joven escuchó en algún sitio que nunca volvería a ser tan joven como esa noche. Y decidió tener presente esa frase hasta el día en que dejase de pensar en que la juventud está en el alma y no en el cuerpo.
Los revolucionarios de años antes parecen haberse jubilado, o peor, parecen haber conseguido los puestos que querían disolver.
Mirando hacia atrás se dio cuenta de todo lo que había dejado tirado por el camino, y de paso, por qué negarlo, en el suelo de su habitación. Hizo un amago de recoger y al agacharse, se llevó instintivamente las manos a las lumbares. Desde luego, los años no perdonan.
Le gustaba bromear con su probable tendencia a tener alzheimer, para evitar una depresión cuando éste llegase, que seguramente llegaría.
Quién iba a decirle a él que tras haber memorizado tantos datos como una enciclopedia, tendría que olvidarlos, bajo una presión mental imposible de ejercer por otro humano que no fuese él mismo. Si hubiese sido como esa señora francesa... Jeanne Calment. Él también había sobrevivido a uno de sus nientos, pero a qué coste, mientras que ella... Ella había seguido fumando hasta el final de sus días, aunque sólo fuese un par de cigarros. Y bebiendo.
A él le habían prohibido beber casi treinta años antes y de fumar ni hablar desde esa maldita operación de pulmón. La vida está pensada para tener algún vicio y sin eso, desde luego que no merecía tanto la pena. Además con todo el humo que había en la ciudad, no se terminaba de creer que el tabaco fuese peor.
Desde luego, tampoco se terminaba de creer que existiese algo mucho peor que estar olvidado y tirado en semejante sitio de tortura involuntaria.

La vida se le había quedado vacía, sin mujer, sin hijos, sin unos nietos que quisieran verle, sin amigos, sin tabaco y sin un buen whisky con el que comentar las monótonas y constantes tardes.
Desde luego que no, que no creía que eso mereciese la pena.
Y sabía que un día de esos haría una locura.

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